La tumba de los viajes

Javier Foguet [1]

 

El extranjero

Reconozco esta lluvia, ese tronar lejano
el oscurecimiento súbito de la tarde.
La tierra huele ya
hay un surco por donde corre el agua
y el gesto de los árboles es claro.
Los que me dieron sus ojos, regresen.
Esta tierra es extraña para ustedes.
Otra memoria me guiará,
sin nunca haber estado allí,
a la piedra que se halla
entre el peral y el cráter.
Cuando la alcance cambiará;
poco después será irreconocible.

 

Río Dulce

Cruzamos a la isla de Aragones
buscando mayor alcance, otras correderas
y allí, en la cuña arenosa, vimos abrirse el agua
el río que promete no retorno, no suelo
tan hermoso hacia los farallones, hacia el frente
despoblado de ocultos, de tusca, de charata (o el grito
de la charata sin la charata, el chapoteo de la mula
sin la mula) sólo frente, frente y viento
que devuelve el señuelo al rostro
hasta el último envión, demorado
para que la línea repose extendida
y después
el vadeo ciego, a la espera, hasta la punta de la isla.

 

La tumba de los viajes

Si no fuera de noche desde aquí veríamos
la última lengua de terreno y quizás
también el mar, al fondo. Descansemos:
no dimos mejor ofrenda a la tierra que las rutas
la misma avenida de árboles
en cada apeadero las mismas estatuas y baños
para que el viajero no sufriese la incómoda extranjería
siempre hay lugares que son el fin del mundo
no voy a decir (porque no lo creo) que nos equivocamos
que ha sido poco lo que hicimos
que el reverbero del horizonte o la densa huella de astros
que miramos desde este morro
estén siempre a idéntica distancia pero
la exquisita alegría que he sentido
mientras subíamos a oscuras entre las piedras
y dejamos atrás esa caída galaxia de antorchas:
pesará más la otra mitad del corazón
querrán desgarrarse los hombres
las postas que fundaremos mañana,
si Dios quiere, a primera hora
serán hermosos recordatorios
de que no hay salida.

 

San José de Macomita

La anunciación, la importancia del viento
que hizo pasar la tormenta sobre mi cabeza
-el estruendo próximo-lejano de los árboles-
y ha dejado un aspecto desordenado en el cielo:
tropillas bajas todavía en movimiento; la solidez
de un bloque expandido y sucio como la espuma de los sapos;
la última luz no convulsa sino mansa
haciendo una curva por el sur, por la chatura del sur;
todo lo que nombro puntualmente sólo para tener más cerca su
silencio,
la solícita compañía de estos días, porque al fiel -al que no lo es-
le será dado ver la casa ardiendo en unidad una vez más.

 

Después

Después del ápice del invierno
-ese ardor-
tuercen y prolongan
sus tentáculos azules
y ya están
sobre tu rostro.
Te exigen la verdad, otra vez,
después del invierno,
los grandes árboles.

 

Elegía

Qué tiene que ver tu muerte
con un fresno podado
la muerte de todos
con cualquier intento de orden?
El caos, la indomesticabilidad
de los árboles, el íntimo
milagro es el país
de los muertos.

 

Abundancia

Pocas veces, es cierto,
la abundancia del mundo
había sido asumida con tanta precisión:
lento barrido de los ojos
hasta ocupar la ventana.

 

Como otro monte

Como otro monte, achaparrado y blanco,
la niebla avanza en el talud
y ocupa el hueco
del ventanal.

Toda la escena es en silencio.

Después llega el viento hasta la casa
y descascara el eucalipto:

en tensa calma habrás
reconocido una voz viva
 -la primera después del cataclismo—
y que has de recibir
con un modo distinto
de hospitalidad.

 

Notas al pie    (>> volver al texto)
  1. Javier Foguet nació en San Miguel de Tucumán en 1977. >>