Esenin

Esenin[1]

Traducción de Ricardo H. Herrera

 

En el verano de 1925 leí un pequeño volumen de Esenin que llevaba un título insólitamente simple: Poemas. 1920-24. Recogía cosas nuevas y no tan nuevas, o sea, ya publicadas en sus libros anteriores. Evidentemente, el autor había deseado recoger los poemas del ciclo “penitencial”, por así llamarlo, que había turbado y conmovido incluso a aquéllos que antes no querían su poesía, o simplemente la ignoraban.

El librito me gustó. Me dieron ganas de escribir sobre él. Ya había comenzado, pero pronto comprendí que en esa recopilación se llevaba a cabo el balance de toda una vida, y que era imposible hablar de ella sin hacer referencia al camino poético recorrido por Esenin hasta ese momento. Releí por lo tanto sus Poesías y poemas reunidos, esto es, el primer y único volumen publicado por Grzebin. Terminada la relectura, me di cuenta de que era imposible hablar de Esenin en ese momento. El librito que me había conmovido (y como a mí, a muchos otros) era el testimonio de una grave y dolorosa crisis en la creación de Esenin, de un drama profundo y desgarrador. Llegué a la convicción de que los estados de ánimo reflejados en aquella breve recopilación eran transitorios. Si bien surgidos con anterioridad, habían adquirido ahora una fuerza tal que difícilmente podría reforzarse o prolongarse. Me pareció que el destino de Esenin pronto tomaría un nuevo camino, y, según el rumbo que finalmente adoptase, sus nuevos poemas encontrarían su lugar definitivo, tomando un significado u otro. Escribir de inmediato hubiese sido igual a no decir nada o a decir demasiado, anticipando el futuro. Decidí esperar el futuro. Desgraciadamente, no debí esperar demasiado: durante la noche entre el 27 y el 28 de diciembre, en San Petersburgo, en el hotel Inglaterra, “Sergei Esenin, anudándose dos veces alrededor del cuello el cinturón de la valija que había traído de Europa, empujó el banquito con sus pies y quedó suspendido del lazo, el rostro vuelto hacia la noche azul, la mirada fija en la plaza Isacckievskaia”.

Había nacido el 21 de septiembre de 1895, en una familia de campesinos, en la circunscripción de Kozminsk, distrito de Riazan. A la edad de dos años, a causa de la miseria de su numerosa familia, fue confiado al abuelo materno, un campesino de posición más acomodada. Comenzó a escribir versos alrededor de los nueve años, pero la actividad poética más o menos consciente comenzó en torno de los dieciséis años, cuando concluyó sus estudios magistrales en un colegio de curas.

En su autobiografía, Esenin cuenta: “A los dieciocho años, después de haber enviado mis poemas a numerosas redacciones, me sorprendió que no los publicaran, y de golpe me precipité en San Petersburgo. Allí fui acogido muy cordialmente. Blok fue la primera persona que vi, Gorodecki la segunda… Gorodecki me presentó a Kliuev, de quien nunca había oído hablar antes”.

Cuando “se precipitó” en San Petersburgo era un muchacho ingenuo. Él mismo cuenta que al ver a Blok se puso a sudar por la conmoción. Si se lee con atención su primer libro, Radunica[2] , uno comprende que de la circunscripción de Kozminsk no había llevado a San Petersburgo ninguna idea claramente expresada, ninguna noción abstracta o esquema. Se presentó con un equipaje de sentimientos y de observaciones. Las “ideas”, si es que las tenía, las vivía y las sentía sin tener conciencia de ellas.

En la base de la primera poesía eseniniana está el amor por la tierra natal. Por la tierra natal campesina, no por Rusia con sus ciudades, sus fábricas, sus establecimientos, sus universidades, sus teatros, con su vida política y social. Rusia, tal como nosotros la vemos, de hecho él no la conocía. La patria para él era el pueblito, los campos y los bosques, en los cuales ella se perdía. En el mejor de los casos, constituía una serie de pueblitos: la Rus de las isbas, el querido, el pequeño país (no la nación): una comunidad social y de vida cotidiana, no estatal, incluso ni siquiera geográfica. Las regiones de los confines, obviamente, para Esenin no formaban parte de Rusia. Rusia era la Rus, y la Rus era el pueblito.

Para el habitante de esta Rus toda la vida se cumple en el trabajo de los campos. El campesino está oprimido, es miserable, está desnudo. Igualmente de pobre es su tierra:

 

Escuchan los arbustos
el silbido del viento…
Pueblito abandonado,
mi pueblito natal…

 

Un Dios campesino, también miserable, mora en esta tierra, se funde con ella:

 

Mendicante por la estepa iba el Señor
poniendo a prueba el amor humano.
El viejo abuelo, sentado en un tronco del bosque,
masticaba su pan con las encías.

El abuelo vio al mendigo en el camino,
en el sendero, con un bastón de hierro.
Lo mira: está enfermo, tiembla de hambre.
Y piensa: ¡pobre, cuánto ha caído!

Se aproximó el Señor ocultando su pena;
pensando: sin duda son de piedra sus corazones…
Y le dijo al viejito, tendiéndole la mano:
toma, mastica un poco… te hará bien.

 

De los poemas de Esenin se pueden extraer sus iniciales tendencias religioso-campesinas: la misión del campesino es divina porque el campesino participa en la creación. Dios es el padre. La tierra: la madre. El hijo: la cosecha. Los orígenes del culto eseniniano, como puede observarse, son antiguos. Entre ellos y el cristianismo hay una serie de etapas intermedias. ¿Las atravesó Esenin? Es poco probable. El Esenin de los comienzos tiene una mitad pagana. Lo cual, de hecho, no le impide que su fe se revista con las imágenes tradicionales del mito cristiano. Sus emociones religiosas se expresan con la terminología confeccionada por el cristianismo. Esto es lo único que puede afirmarse con certeza. Hablar de un cristianismo eseniniano sería aventurado. Su cristianismo es forma, no contenido; el uso de la terminología cristiana está próximo al procedimiento literario. Junto a las imágenes transformadas por el cristianismo, la misma fe campesina de Esenin se revela en formas plenamente paganas:

 

Amo al mundo y a Dios
como al fuego del hogar.
Todo en ellos es santo y bendito,
todo luminoso y vivaz.
La amapola escarlata del ocaso
reverbera en el vidrio lacustre.

E inmerso en el mar del trigal,
de la boca me nace una imagen:
el cielo ya sin peso lame
a su rosado ternerito.

 

El cielo es una vaca; el trigo (la cosecha), un ternerito; el cielo pastorea la cosecha, encarnación de una verdad suprema. Pero para el mismo Esenin esta fórmula es nada más que una imagen, una metáfora poética que ha nacido de su boca casualmente. Él ignora que en ella se encierra la esencia de su concepción religiosa y social. Pero pronto veremos cómo y bajo qué influjos esta imagen se desarrolló en su poesía y de cuales significados se revistió.

A fines de 1912, en Moscú, comenzó a visitarme cierto Ch. Se definía como poeta campesino; era agraciado, de buen porte, con cejas negras. Pronunciaba las “o”, todas las “o” [3] ; le gustaba hablar sobre siembras primaverales e invernales. Tenía la actitud de un joven elegante, de un Príncipe Bova[4] . Naturalmente, sostenía que no había estudiado nunca. Por S. V. Kissin (Muni), mi amigo ya difunto, sabía que Ch. durante cierto tiempo había sido colega suyo, como estudiante u oyente en la Facultad de Derecho. No escribía mal; lo hacía con facilidad, aunque con ese estilo pseudorruso que a mí no me gusta.

En su manera de hablar había una mezcla de autodenigración y de insolencia. En aquel entonces la cosa me fastidiaba; después, con los poetas proletarios, llegué a acostumbrarme. Ch. no caminaba, no miraba: se movía con pasos cortos y lanzaba ojeaditas; en ciertos momentos era todo humildad y sometimiento; en otros, se ponía verde de bilis. No reía: sonreía con sorna por debajo de sus bigotes. A veces venía a verme y comenzaba a disculparse de todos los modos posibles: ¿se puede?, ¿molesto?, ¿aburro?, ¿ya es tiempo de que me vaya? Pero tenía siempre listo algún dardo. Cuando leía sus poemas, me rogaba con gran deferencia que le dijera si algo no marchaba bien, que le enseñase, que lo corrigiera. Porque, ¿qué hacer?, nosotros somos gente del pueblo, ignorantes, por cierto; las personas instruidas saben todo; sin embargo, ellas tampoco sirven para nada, ¿eh?… Le gustaba hablar de política. Sí, para los terratenientes, con seguridad, habrá un buen fuego (pero no se entendía: ¿los ahorcarán o los ahorcaremos?). Cuestión de que no queden nada más que el zar y los campesinos, nadie más. A los capitalistas hay que agarrarlos por la garganta, porque son todos judíos (perdone, ¿usted, por casualidad, es hebreo?), quieren derribar al zar y apoderarse de toda la Rusia bautizada. A la intelectualidad la preservaremos porque nos instruye, a nosotros, pobres ignorantes. Pero no dejaremos que nos metan el pie en el cuello: una vez que hayamos puesto en su lugar a los ricachones, pondremos en su lugar a los intelectuales. Y también a los obreros: bribones, haraganes, mugre. La Rus es toda campesina, ¿verdad? Pero el mujik, ¿qué es? La última rueda del carro; en una palabra: un siervo de la gleba. A él le espera el primer puesto, porque él es la sal de la tierra…

Y después de un breve silencio: “¿Y qué es la sal? Medio copec el funt”.

Una vez Muni me dijo de él: “Tu Bova es como el sol: se pone por la izquierda y nace por la derecha. Vaya a saber si un día no sale directamente de la Ochranka[5] ”.

Mientras tanto, Ch. estaba corroído por la envidia: no le daban tregua los laureles de otro campesino, Nikolai Kliuev, quien había aparecido hacía poco en la escena literaria y ya tenía dos libros publicados: uno con un prólogo de Briusov, otro con un ensayo instroductorio de V. Svencickij, el cual sin ambages proclamaba a Kliuev profeta.

Realmente mucho más dotado que Ch., Kliuev ya había tomado el camino de San Petersburgo, logrando hacerse de cierta fama: Gorodeckij hacía sonar por él todas las campanas. Ch., obviamente, no se quedó con los brazos cruzados: también se precipitó hacia San Petersburgo. Las cosas no le fueron tan bien: no fue promovido a profeta y rápido regresó a Moscú, aunque no sin un trofeo: una fotografía en la cual aparecía junto a Gorodeckij y Kliuev, los tres en kosovorotka, botas brillantes de grasa y balalaikas. Sobre este período escribió bien G. Ivanov en uno de sus bocetos de la vida literaria petersburguesa:

“Al llegar a San Petersburgo, Kliuev cayó rápido bajo el influjo de Gorodeckij y asimiló cumplidamente las maneras del mujik-travesti”. “Entonces, Nicolai Aleksevich, ¿cómo os habéis instalado en San Petersburgo?”. “Gracias a Dios, nuestra Protectora no abandona a los pobres pecadores. He encontrado un rinconcito; nosotros nos arreglamos con poco. Ven a buscarme, hijo, dame esa felicidad. Vivo sobre la Morskaya, a la vuelta de la esquina”.

El “rinconcito” era un dormitorio del Hotel de France, con una alfombra enorme y un gran diván turco. Kliuev se sentaba en el diván con camisa y corbata, y leía a Heine en el original.

“Sé un poco de lenguas extrajeras” dijo al notar mi expresión de asombro. “Sólo un poquito. No me apasiona. El ruiseñor ruso, por cierto, canta mejor. Pero mira” –comenzó a agitarse– “estoy descuidando a mi huésped. Siéntate, hijo; siéntate, pichón. ¿Qué podría ofrecerte? No bebo té, no fumo tabaco, el pan de especias con miel se acabó. Pero” –y guiñó un ojo– “si no tienes apuro, podríamos comer algo juntos. Conozco una pequeña fonda. El patrón, aunque francés, es un buen hombre. Está aquí nomás, a la vuelta de la esquina. Se llama Albert”.

Yo no tenía apuro.

“¡Qué bueno, buenísimo; estoy verdaderamente feliz! Me cambio rápido y…”

“¿Para qué cambiarse?”

“¿Qué dices, qué dices? No puedo salir así. Los muchachos se reirían. Espera un momento, me cambio en un abrir y cerrar de ojos”.

Salió de detrás del biombo en poddëvka[6] , kosovorotka color frambuesa y botas lustradas: “¡Bueno, así está mejor!”

“Sí, pero vestido así no podremos entrar en el restaurante”.

“No pediremos entrar a la sala. ¿Cómo podríamos nosotros, pobres campesinos, estar junto a los señores? ¡A cada grillo su sucucho! No, no iremos a la sala, pediremos un rinconcito en alguna piecita aparte, allí las hay. Y ahí podemos entrar nosotros…”

Justamente en estos “rinconcitos” y “piecitas” de los restaurantes franceses se estaba formando el style russe de Gorodeckij y Kliuev: una mezcla de ortodoxia y de sectarismo de flagelantes, de revolución y de reacción. Para Gorodeckij, naturalmente, se trataba de la enésima e irresponsable ocurrencia para hablar de sí mismo, eran puras charlatanerías: para ese entonces ya había sido simbolista, anarquista místico, místico realista y acmeísta. Amaba las payasadas y las divisas vistosas. Disfrazarse de mujik lo divertía y era una buena forma de llamar la atención. Pero Kliuev, si bien “entendía un poco de lenguas extranjeras”, era un hombre de campo. Naturalmente, sabía que mujiks como esos en que lo camuflaba Gorodeckij no existían, pero no había que contrariar al barin[7] : dejemos que se divierta. Él, mientras tanto, no permanecía quieto y callado: con alguna alusión y alguna cancioncita, diciendo siempre sí y haciendo amigos a diestra y siniestra, al reaccionario Gorodeckij y a los socialistas revolucionarios, a los miembros de la sociedad religioso-filosófica y a ciertos jóvenes flagelantes, esperaba. ¿Qué esperaba?

Eso que mi Ch. desembuchaba desmañadamente, de un modo incoherente y desordenado, puede llegar a transformarse en un sistema. Puede obtenerse un sistema más o menos como el que sigue.

Rusia es un país campesino. Todo lo que en ella no provenga del mujik y no esté destinado a él es una incrustación que debe se extirpada. El mujik es el único portador de la idea religiosa y social auténticamente rusa. Ahora él está oprimido y explotado por gente de todas las otras clases y profesiones. El terrateniente, el industrial, el funcionario, el intelectual, el obrero, el cura: todas variantes parásitas que chupan la sangre del mujik. Ellos, y todo aquello que de ellos provenga, deben ser expulsados; entonces el mujik construirá la nueva Rus, otorgándole una nueva verdad y una nueva justicia, porque él es la única fuente tanto de la una como de la otra. Él abolirá las leyes engendradas por los funcionarios de San Petersburgo y hará valer sus propias leyes no escritas. También la fe, que enseñan los popes en los seminarios y las academias, será enmendada por el mujik, y en el lugar de la iglesia sinodal construirá la nueva iglesia “de la tierra, del bosque, de los árboles”. Entonces el pobre Iván-el-tonto se transformará en el Príncipe Iván[8] .

Este el programa. ¿Y la táctica? Esperar. El mujik está rodeado de enemigos: todos están en su contra y son más fuertes que él. Pero cuando los enemigos se peleen y comiencen a destruirse entre sí, entonces el mujik enderezará la espalda y dirá la última y decisiva palabra. Por el momento, por lo tanto, no puede aliarse con nadie. Debe esperar. Se aliará con el primero que encienda el fuego. ¿Por dónde comenzará el incendio, quién lo iniciará?, por ahora no importa. Si es un astuto obrero el que ataque al zar o si es el zar el que llame a la guardia para acabar con la inquietud de las plazas, da lo mismo. De arriba o de abajo, de derecha o izquierda, se trata de paja. Lo importante es que arda.

Este era el kliuevismo en 1913, cuando Esenin llegó a San Petersburgo. Rápido se hizo amigo de Kliuev y cayó bajo su influencia. Esenin era joven, sin experiencia, y si bien no era ingenuo, tenía un espíritu abierto. Aquello que dentro de él fermentaba de un modo confuso e incoherente, en el kliuevismo ya estaba bastante elaborado. Esenin llegó a San Petersburgo con una sola idea: para el mujik y para el Dios campesino las cosas no iban bien. En San Petersburgo le aclararon que si andaban mal era preciso que anduviesen mejor. Y comenzarían a mejorar en el preciso momento en que la Rus campesina se sublevase. Y en los versos de Esenin resonó un nuevo tema:

 

Oh Rus, sacude las alas,
levanta otras fortalezas.
. . . . . . . . . . . . . . . . . .
Basta de gemir y marchitarse,
de glorificar la mugre:
La Rus que despierta
lava las manchas del vicio.

 

Se vislumbra ya al profeta y cantor de la Rus, al lado de Aleksei Kolcov, del “humilde Nikolai” Kliuev y del narrador Capygin:

 

¡Escóndete, desaparece, estirpe
de fétidos sueños y pensamientos!
Sobre la testa de piedra llevamos
el fragor de las estrellas.

 

La inminente destrucción de los “fétidos sueños” y la construcción de “otra fortaleza” relampaguean confusamente en los ojos de Esenin. El “fragor de las estrellas” que llevan los profetas campesinos puede ser interpretado de distintas maneras. Pero si de algo está convencido Esenin es de una cosa:

 

…no escaparemos de la tormenta,
aceptaremos las pérdidas,
para resonar en el azul
como batientes de invisibles puertas.

 

La Rus liberada es una ciudad azul e invisible. Es algo indefinido que resplandece. Esenin no nos ofrece datos concretos. Pero tiene la certeza de que el camino que lleva a la ciudad pasa por la “tormenta” en la cual se desencadenará la audacia campesina; vale decir, a través de la revolución. La aparición de tal certeza constituye una etapa importantísima en la biografía espiritual de Esenin.

El año 1917 nos aturdió. Habíamos olvidado que no siempre la revolución viene de abajo, que a veces puede venir de muy arriba. El kliuevismo era perfectamente consciente de esto. No había roto los lazos con lo “bajo”, pero —conviene recordarlo— en aquellos años más bien esperaba una revolución desde arriba. Al año siguiente de la llegada de Esenin a San Petersburgo estalló la guerra. Y mientras la guerra se prolongaba, Gorodeckij y Kliuev se orientaban claramente hacia la derecha. Muchos recuerdan todavía un libro de poemas desenfrenadamente patrióticos de Gorodeckij: El año catorce. Allí no sólo Zar, sino incluso Corte y Plaza eran palabras impresas con mayúsculas. Por ese libro Gorodeckij recibió un importantísimo premio: una lapicera de oro. A menudo llevaba a Kliuev a Carkscoe Selo, allí donde otro campesino, Grigorij Rasputin, intentaba desatar el incendio desde lo alto. El kliuevismo apestaba a rasputinismo.

El joven Esenin, todavía inexperto, por aquellos años era un obediente satélite de Kliuev y Gorodeckij. Iba a pasear con ellos vestido de mujik de opereta; llevaba elegantes botitas de marroquí, una amplia camisa de seda azul ajustada con un cordón dorado; en el cordón muchas veces estaba el peinecito con el cual mantenía en orden sus alborotados rulos. Con este aspecto una vez encontré a Kliuev y a Esenin en un tranvía, en Moscú, adonde habían venido para leer poemas en la “Sociedad de Libre Estética”. En verdad, ya no le cabían dudas a Esenin de que era ridículo incluir al barin Gorodeckij entre los profetas campesinos, y sin embargo no abandonaba su compañía. Ni tampoco las simpatías políticas por Carskoe Selo.

Esta última circunstancia está confirmada por un interesante documento. El hecho es que además de la autobiografía ya citada, escrita en el verano de 1922 en Berlín, Esenin, después del retorno a la Rusia soviética, escribió otra. Tras su muerte, fue publicada en la revista “Krasnaja Niva” [9] .

Evidentemente, esta segunda autobiografía moscovita fue escrita no sin motivo. Ignoro por qué circunstancias o a instancia de quién nació, ni a quién le fue entregada, pero hay en ella un importante cambio con respecto a la berlinesa: esta vez Esenin agrega un fragmento donde cuenta hechos que la primera vez había callado por completo. Habla de sus relaciones con las altas esferas y, en general, del período 1915-17. La biografía moscovita tiene el mismo tono desenvuelto que la berlinesa, pero se advierte constantemente una singular cautela en su confrontación con las autoridades soviéticas, incluso en los detalles. Por ejemplo: Esenin indica la fecha de su nacimiento ya no según el viejo calendario, sino según el nuevo, 3 de octubre en vez de 21 de septiembre; el instituto magistral eclesiástico en el cual había estudiado, ahora es sólo magistral, etc. Por lo que concierne al embarazoso tema de sus lazos con Carskoe Selo, es improbable que nos equivoquemos al afirmar que es el punto principal por el cual Esenin escribió la segunda autobiografía. Desde hacía tiempo circulaban rumores sobre estos lazos. Evidentemente, para él había llegado el momento de rendir cuentas a las autoridades soviéticas y acabar con los chismes. (Es posible que haya sucedido precisamente cuando comenzó la historia de las bromas antisoviéticas de Esenin.) En todo caso, esta vez Esenin tuvo que ser más sincero. Y si bien no fue totalmente sincero, su confesión no carecía de importancia.

“En 1916 fui llamado a las armas” escribe Esenin. “Con la protección del coronel Loman, ayudante de la emperatriz, pude gozar de muchos privilegios. Vivía en Carskoe, no lejos de Razumnik-Ivanov. A ruegos de Loman, una vez le leí algunos poemas a la emperatriz. Después de la lectura, ella dijo que mis poemas eran bellos, pero muy tristes. Le respondí que así era Rusia. Traje a colación la pobreza, el clima y salí del paso”.

Aquí, por cierto, Esenin dice mucho, pero también calla mucho. Para empezar, obtener la protección del ayudante de la emperatriz no era nada fácil, ni para un joven del campo ni para un poeta ruso. Esenin, de seguro, no había encontrado a Loman en la calle. Seguramente hubo eslabones intermedios, y sobre todo circunstancias en virtud de las cuales Loman creyó necesario interesarse por el destino de Esenin. También es inverosímil que los poemas le hayan sido leídos a la emperatriz tan sólo “a ruegos de Loman”. Por las cartas escritas al zar, sabemos en qué grado de neurastenia se encontraba la emperatriz en 1916, y cómo trataba de alejar de sí todo lo que no tuviese la aprobación del “Amigo” [10] o de su círculo. En cualquier caso, ella tenía otras preocupaciones; ciertamente no la poesía, tanto menos la de un ilustre desconocido como Esenin. En general, en aquellos días era muy difícil obtener audiencia con la emperatriz; y he aquí que ella misma habría invitado a Esenin. En la realidad, las cosas seguramente siguieron un curso distinto: la lectura fue organizada por personas cercanas a la emperatriz, a las cuales, de un modo u otro, Esenin estaba ligado… Con un argumento bastante ingenuo, Esenin intenta desviar la atención del lector de los círculos de Carskoe y arroja una frase como al azar: que vivía en Carskoe “no lejos de Razumnik-Ivanov”. Puede que haya vivido no lejos; sin embargo, estaba lejos de frecuentar a Razumnik-Ivanov.

Más adelante, Esenin escribe: “La revolución me sorprendió en el frente, en un batallón de disciplina, donde me habían enviado porque me rehusé a escribir poemas en honor al zar”. Esto es decididamente absurdo. En primer lugar, porque es improbable que uno terminase en un batallón de disciplina por rehusarse a escribir poemas en honor al zar: por suerte (o por desgracia) al hecho de escribir o no escribir poemas en honor a Nicolás II no se le daba tal importancia. En segundo (y principal) lugar, es difícil comprender por qué Esenin pensaba que era imposible escribir versos en honor al zar, cuando no solamente le había leído sus poemas a la emperatriz, sino que incluso le había dedicado algunos. Pero sobre este último dato Esenin no dice nada. En el verano de 1918 un editor moscovita, bibliófilo y amante de los libros raros, me propuso cambiarle por otros las pruebas de página del segundo libro de Esenin, Lo azul, que él se había procurado a través de ciertos canales. Este libro salió después de la revolución de febrero, pero en una redacción reducida. Su tipografía ya estaba compuesta en 1916, y las pruebas completas contenían un ciclo entero de poemas dedicados a la emperatriz. Ignoro si a fines de 1916 o a comienzos de 1917 Esenin estaba en el frente, pero es indudable que en esa época obtener la autorización para dedicarle versos a la emperatriz era bastante difícil; en todo caso, esa autorización no podía recibirla un soldado que estaba en un batallón de disciplina.

Uno de los biógrafos soviéticos de Esenin, un tal Georgij Ustinov, que probablemente conocía a fondo a Esenin, cuenta la historia del batallón de disciplina en forma más cercana a la verdad, si bien de un modo oscuro y no del todo sincero. Después de hacer notar que el nacimiento literario de Esenin se produce “mientras arreciaba la tormenta de patriotismo” que llegó como “a propósito” para “los círculos de orientación rasputiniana”, Ustinov cuenta que durante la guerra Esenin fue obligado a escribir ciertos versos por algunos oficiales que estaban de juerga. Que se tratase de versos en honor al zar, Ustinov no lo dice; sin embargo, afirma que cuando “el joven poeta se rebeló, le señalaron el camino que llevaba al batallón de disciplina”. Esto sin duda significa que, por algún acto de rebeldía, algunos oficiales (quizás en estado de ebriedad) asustaron a Esenin con la amenaza del batallón de disciplina, circunstancia que, según el testimonio de Ustinov, Esenin “sorteó”. Cabe pensar que, sintiéndose obligado a confesarle a los bolcheviques sus lecturas en la corte, Esenin recordó aquella amenaza y, para balancear su efecto, la hizo pasar por una realidad. Así, de paso, daba la imagen de “revolucionario”.

Continuando con la narración de la vida de Esenin, Ustinov sostiene que Esenin, durante el Gobierno Provisorio, se acercó a los socialistas revolucionarios y, después de Octubre, “se unió a los Soviets bolcheviques”. En realidad, Esenin no era esta veleta. Ya cuando escribía poemas patrióticos y los leía en Carskoe, él estaba más o menos próximo a los socialistas revolucionarios. No por nada, al manifestar que se rehusó a celebrar al emperador, dice que “había buscado apoyo en Ivanov-Razumnik”. La verdad es que Esenin no hacía un juego doble, no quería asegurarse su carrera personal teniendo un pie en cada estribo: simplemente seguía con total coherencia la táctica de Kliuev. No le importaba en lo más mínimo de dónde vendría la revolución, si de arriba o de abajo. Sabía que a último momento se entendería con el primero que le prendiese fuego a Rusia: esperaba que de esa llamarada la Rus campesina emprendiese vuelo como un ave fénix, como un pájaro de fuego. Tras febrero, se encontró entre las filas de los socialistas revolucionarios. Después de su escisión, entre las filas de la izquierda, de los “extremistas”, de aquéllos que le parecía que tenían en sus manos materiales inflamables. Las diferencias programáticas no le interesaban, probablemente las conocía muy poco. Para él, la revolución era sólo el prólogo de eventos mucho más significativos: los socialistas revolucionarios (de derecha o de izquierda, no tenía importancia), como más tarde los bolcheviques, eran los que allanaban el camino del mujik; y el mujik, a su debido tiempo, los dejaría de lado, como a todos los otros. Ya en 1918, en una reunión de bolcheviques, Esenin “sonreía afablemente a todos, fuera quien fuera, dijese lo que dijese. Luego, ese joven rubio pidió la palabra… y dijo: La revolución… es un cuervo… un cuervo que emprende vuelo desde nuestras mentes… para que explore. El futuro es más grande…”

En su autobiografía de 1922 escribe: “Nunca formé parte del R.K.P. [11] , porque me siento mucho más a la izquierda”.

“Más a la izquierda” para él significaba: en otro lado, después, más allá, por encima de los bolcheviques. Cuanto “más a la izquierda” tanto mejor.

Si recordamos las ideas con las que un día Esenin apareció en San Petersburgo (ya he dicho que eran más latentes que conscientes), comprobamos que tras la revolución ellas se desarrollan con absoluta coherencia, aunque acaso no ganaron mucho en claridad.

El cielo es una vaca. La cosecha, un ternero. La verdad terrena es la encarnación celeste. Todo lo terrestre puede ser sagrado, en la medida en que constituye la continuación pura e intacta del momento cosmogónico primario. La tierra debe convertirse en lo que era en el momento de su creación: lugar de crecimiento. Cualquier agregado es un ultraje al rostro puro de la tierra, un obstáculo al incesante proceso de encarnación del cielo en la tierra. La tierra es la madre en trance de parto, fecundada por el cielo. La única auténtica acción religiosa es colaborar durante el parto: trabajar la tierra, cuidarla, cultivarla —la agricultura.

Esenin mismo se percató de que la imagen ternerito-cosecha se le “escapó de la boca”. Volviendo a esta imagen, ya después de la revolución, Esenin realizó una variante esencial. El ternerito nace de la vaca como la cosecha de la tierra. Por lo tanto, si se coloca un signo de igualdad entre la cosecha y el ternero, es preciso colocarlo también entre la tierra y la vaca. Nace así una nueva imagen: la tierra es una vaca. Una imagen antiquísima, no creada por Esenin. Pero Esenin llegó a ella por sí mismo y, cuando la encontró, se dio cuenta de que respondía perfectamente a los fundamentos mismos de su concepción del mundo. Es lógico que la fórmula inicial —el cielo es una vaca— debiera, si no desaparecer totalmente, transformarse, al menos por el momento. (Veremos más adelante que esto fue precisamente lo que ocurrió: Esenin retornó a aquella imagen).

Rusia para Esenin es la Rus, la patria, la fecunda tierra natal en la que habían trabajado sus antepasados, en la que todavía trabajaban su abuelo y su padre. De ahí nace una elemental identificación: si la tierra es una vaca, entonces todas las características de la tierra pueden ser referidas al concepto de patria, y el amor a la patria encarna en el amor por la vaca. Es precisamente a esta vaca a la que Esenin le hace llegar la feliz buena nueva de la revolución, el advenimiento que preludia aquello que es “más que la revolución”:

 

¡Oh patria, ha llegado tu hora
feliz y fatal!
Nada hay más bello
que tus ojos de ternera.

 

El proceso de la revolución se le reveló a Esenin como una fusión entre el cielo y la tierra que se cumple entre huracanes y tempestades:

 

Sacudimos el cielo a empellones,
con las manos plegamos las tinieblas
y de la espiga seca
hacemos volar semillas de estrellas.
¡Oh Rus, estepas y vientos,
y tú, casa paterna!
Sobre el techo dorado
anida el trueno primaveral.

Con avena alimentamos la tormenta,
con ruegos abrevamos el valle,
y nuestros campos azules
ara el buey de la razón.

 

El futuro, eso que es “más que la revolución”, es el paraíso en la tierra, y en ese paraíso está el mujik:

 

¡Hosanna in excelsis!
Cantan los montes del paraíso.
Y en ese paraíso puedo verte
mi pueblo natal.

 

Bajo la encina de Mamre se sienta
el abuelo de rojos cabellos,
resplandece su vello
tupido de estrellas.

 

Y el sombrero de piel de gato
que llevaba en los días de fiesta
contempla aterido, como una luna,
la nieve de las tumbas familiares.

 

Todo aquello que en 1917-18 los socialistas revolucionarios de izquierda y los bolcheviques entendían como “contrarrevolución”, también le repugnaba a Esenin. El Gobierno Provisorio, Kornilov, la Constituyente y los monárquicos, los mencheviques y los banqueros, los socialistas revolucionarios de derecha y los latifundistas, los alemanes y los franceses, todo esto, sin distinción, era “la hidra” pronta a devorar la “Estrella de Oriente” que acababa de encenderse. Al proclamar que

 

En los pesebres campesinos
ha nacido la llamarada
por la paz de todo el mundo,

 

Esenin hacía lugar a la sincera sospecha de que Inglaterra tenía malas intenciones:

 

¡Muere, británico monstruo,
desaparece, disuélvete en los mares!
¡Tus hijos no pueden comprender
nuestro prodigio nórdico!

 

Le parecía que Rusia sufría porque se habían levantado contra ella fuerzas oscuras:

 

¡Señor, yo creo!
Pero levanta hasta Tu paraíso
al pueblo traspasado
por dardos de lluvia.

 

Así comienza el poema El advenimiento. En la obra de Esenin tiene mucha importancia. En los versos sucesivos, la Rus se configura como el lugar donde se le revela al mundo la verdad última:

 

Tras la cima inaccesible,
en el azul de los valles,
otra vez Dios mío
Tu hijo se me aparece.

 

Yo sufro por ti
en los pueblos campesinos;
por una Rusia que ya no está ciega
él porta su cruz.

 

Más allá de las fuerzas y de los hechos que —según creía Esenin— obstaculizaban el advenimiento de la verdad, su representación imaginaria encarna en guerreros que flagelan a Cristo, en Simón Pedro que reniega de él, en Judas que lo traiciona y, en fin, en el Gólgota. A primera vista no hay sombra de duda: se trata de Cristo. En realidad, no es así. Intentemos releer con atención los poemas revolucionarios de Esenin anteriores a Inonija[12] : veremos que todas las imágenes del mito cristiano aparecen con formas cambiadas (o alteradas), incluida la imagen misma de Cristo. Esto proviene otra vez, como en los primeros poemas, del hecho de que Esenin utiliza arbitrariamente la terminología de los Evangelios para expresar contenidos absolutamente suyos. En realidad, en total sintonía con los principios fundamentales de la fe eseniniana, nosotros podríamos descifrar su terminología pseudocristiana de este modo:

Virgen = tierra = vaca = Rus campesina.

Dios-padre = cielo = verdad.

Cristo = hijo del cielo y de la tierra = cosecha = ternero = encarnación de la verdad celeste = Rus del futuro.

Para el Cristo de Esenin la crucifixión constituye sólo un episodio, trágico y casual, que hubiese sido preferible que no sucediese, y que habría podido no suceder si no se hubiese desencadenado la… “contrarrevolución”. Merece subrayarse: en Advenimiento se describen minuciosamente la flagelación, la abjuración de Pedro y la traición de Judas, pero la crucifixión —esto es, el triunfo total, si bien momentáneo, de los enemigos— es aludida sólo tímidamente y de pasada: esto es así justamente porque la contrarrevolución de la cual copió, por así decirlo, como d’après-nature, los tormentos de su Cristo, en realidad no triunfó en ningún momento. De modo que, en sustancia, el Cristo eseniniano no es crucificado: la crucifixión es mencionada sólo por la plenitud de la analogía, por coherencia artística, contra la verdad histórica y religiosa (pienso en la particular religión de Esenin).

Por ello El advenimiento concluye con una imagen aparentemente paradojal, pero que para Esenin es totalmente coherente:

 

Los montes cantan el milagro,
la arena resuena en el paraíso.
Yo creo: ¡oriente
parirá un ternero!

 

A los mares de arena y de trigo
llegará el ternero recién nacido…
¡Qué lejos está el tiempo del encuentro,
qué próxima la ruina!

 

Vale decir: creo que habrá un después de la revolución, pero me da miedo la contrarrevolución.

Así se comprende también la exclamación de Esenin en el comienzo del poema sucesivo:

 

Ladran las nubes,
aúlla el firmamento de dientes dorados…
Canto e invoco:
¡Señor, haz nacer el ternero!

 

En su tiempo, el último verso provocó una explosión de estupor y desdén. Injustificados tanto el uno como el otro. No había nada de que sorprenderse, ya que Esenin —sin afectación, con extrema simplicidad, con la precisión sólo accesible a los grandes artistas— había expresado su idea fundamental. No tenía sentido indignarse; en todo caso era tarde para hacerlo, ya que Esenin se dirigía con fe y devoción a su dios pagano. Decía: “Dios mío, encarna tu verdad en la Rus futura”. Por el hecho de que usurpara imágenes y nombres de la fe cristiana habría sido necesario indignarse mucho antes, cuando apareció Kliuev, no Esenin.

De acuerdo, el ternero eseniniano, aunque sea desagradable admitirlo, es una parodia del Cordero. El Cordero es sacrificado, en tanto que el ternero prospera, rosado, saciado, prometiendo prosperidad y saciedad:

 

Al amanecer y al mediodía,
con el canto celeste del trueno,
él colmará de leche
nuestros áridos días.

 

Y de la tarde a la mañana,
glorificando el campo sin ocaso,
presagiará con estrellas
una cosecha de espinas plateadas.

Así será el reino del ternero. Y ese reino será la nueva Rus, la Rus transfigurada, la otra Rus: ya no Rus, sino Inonija.

En la poesía de Esenin no hubo manifestaciones directas de hostilidad por el cristianismo hasta la aparición de Inonija, incluso porque no había motivos reales. Probablemente, Esenin se consideraba cristiano. Aquello que para él contaba más, la fe en la misión superior de la Rus campesina, podía muy bien conciliarse no sólo con su semipaganismo, sino también con el cristianismo auténtico. Las diferencias, y Esenin las percibía, tenían que ver tan sólo con el cristianismo histórico. Naturalmente, él creía conocer a fondo los errores del cristianismo histórico; incluso se creía capaz, junto a Kliuev y algún otro, de poner al cristianismo en el camino correcto. Que para poder hacerlo es preciso tener conocimientos tanto de cristianismo como de historia, era algo que no le importaba. Los rusos de talento no suelen tomar en cuenta este tipo de cosas. Confiaba más en su vínculo con el “pueblo” y con la “tierra”, en la sólida convicción de que el “pueblo” y la “tierra” son las fuentes de la verdad; confiaba más en su propia intuición, una facultad de la cual estaba extraordinariamente dotado. Pero la intuición no tiene forma, es incoherente y contradictoria. Consciente de ello, para obtener coherencia y forma Esenin se dirigía a otros. Y buscando ideas que pudiesen expresar armónicamente sus sentimientos cayó bajo influencias extrañas.

A la influencia de Kliuev, en sustancia muy próximo a Esenin, en 1917 se agregó la influencia de los social-revolucionarios de izquierda. Le explicaron que la Rus futura con la que él soñaba era precisamente el nuevo Estado, un Estado que también se fundaría sobre principios religiosos, aunque no paganos ni cristianos, sino socialistas; no sobre la fe en una divinidad salvadora, sino en el hombre que se organiza a sí mismo. Le explicaron que “existía el Socialismo y el socialismo”. Que el socialismo con minúscula constituye tan sólo un programa social y político, pero que el Socialismo con mayúscula es “una idea religiosa, una nueva fe y una nueva forma de conocimiento, que sustituirá a las viejas formas de conocimiento y a la vieja fe del cristianismo… Esto lo ven y lo saben hasta los mejores teólogos cristianos”. “La nueva idea ecuménica (el Socialismo) será como la dinamita: destrozará los cepos con que el cristianismo ha oprimido el cuerpo de la humanidad”. “Según el cristianismo, el mundo fue salvado por el sufrimiento de un solo Hombre: en el Socialismo futuro cada hombre será salvado por los sufrimientos del mundo”.

Son citas del prefacio de Ivanov-Razumnik al poema eseniniano. Desde el punto de vista cronológico, el ensayo fue escrito después de Inonija, pero su orden real, por supuesto, es el inverso. No fue Inonija la que le sugirió a Ivanov-Razumnik las ideas, más o menos nuevas, expresadas en su ensayo; por el contrario, Inonija fue la vívida encarnación poética de esas ideas, instiladas en Esenin por Ivanov-Razumnik:

 

No tendré miedo de la muerte,
ni de las lanzas y las flechas de la lluvia.
Así dice, según la Biblia,
el profeta Esenin Sergei.

 

Aquí Esenin se equivocaba. Había escrito Inonija “según la Biblia” sólo en lo que atañe a algunos procedimientos literarios. En realidad, hubiese sido más preciso decir “según Ivanov-Razumnik”.

Esenin, en su aproximación, había exagerado. El poema resultó ser abiertamente anticristiano y burdamente sacrílego. Por algún motivo, Ivanonv-Razumnik de inmediato se las ingenió para atenuar estos dos aspectos, arrojando sobre otros las culpas de Esenin. Él afirma que Esenin “lucha” no contra Cristo, sino con su falso mensajero: ese “Anticristo, bajo cuya poderosa mano ha crecido durante veinte (?) siglos, expandiéndose cada vez más, la iglesia histórica”. Por lo tanto, según Ivanov-Razumnik, sólo él y Esenin están sinceramente de acuerdo con la fe cristiana. En verdad, hay un lapsus: se deja en silencio que esta fe es aceptada sólo en la medida en que es precursora de una verdad más grande, el Socialismo futuro, que la corregirá definitivamente y al mismo tiempo… la abolirá, para que de ahora en adelante el mundo ya no sea salvado “por los sufrimientos de un solo Hombre”… Es preciso decirlo: el honesto anticristianismo de Esenin en Inonija suscita mucha más simpatía que la interpretación que de él ofrece Ivanov-Razumnik.

No juguemos con las palabras. En Inonija Esenin rechazaba el cristianismo en general, no solamente el histórico, y el hecho de que continuase nombrando su verdad con el nombre de Jesús, sólo que “sin cruz y sin suplicio”, desde el punto de vista cristiano es el máximo sacrilegio. Quizás lo hizo con ingenua irreflexión, así como antes se había considerado cristiano, pero esto no atenúa el hecho en sí mismo.

Otra cosa son las súplicas literarias de Inonija, que revelan un gran talento. Pero para apreciar sus súplicas es preciso sumergirse en el poema provisto de algo parecido a una sólida escafandra de buzo. Sólo protegiéndose de esta manera, con una especie de inmunidad espiritual, el lector podrá descubrir las seductoras bellezas de Inonija.

Inonija fue el canto del cisne del Esenin poeta de la revolución y de la nueva deseada verdad. Que se tratase o no de un espejismo, que las conclusiones de sus escritos fuesen o no consecuentes, que se trate de un poema bello o feo, cualquiera sea el juicio es indudable que Esenin expresó, “cantó” mucho de aquello que flotaba en el aire de catástrofe de la época. En este sentido, si se quiere, realmente fue un “profeta”. Profeta de sus propios errores y de los errores de los otros, de los sueños nunca realizados, de las equivocaciones, y sin embargo, aun así, profeta. En Inonija se mostró hasta el fondo. Después, prácticamente no tuvo nada que decir. La palabra pasaba a los hechos. La verdadera Inonija debía realizarse o no realizarse. O, al menos, Rusia debía o no debía ponerse en camino hacia ella.

En la primavera de 1918 conocí a Esenin en Moscú. Físicamente era agradable. Era agradable su cuerpo esbelto de movimientos suaves pero seguros; su rostro no era hermoso, pero estaba lleno de gracia. Lo más hermoso en él era su alegría: leve, vivaz, nunca brusca o ruidosa. Había armonía en él. Miraba directamente a los ojos y daba inmediatamente la sensación de un hombre de corazón sincero, que sabía ser un verdadero amigo.

No nos encontramos muy seguido; nuestros encuentros se produjeron casi siempre en presencia de otras personas. Sólo una vez paseamos por Moscú durante toda una noche. Naturalmente, hablamos de la revolución, pero en mi memoria sólo han quedado fragmentos insignificantes. Recuerdo que nos separamos, al alba, en la casa donde vivía Esenin, sobre la Tverskaja, cerca de la galería Postinikov. Nos saludamos contentos el uno del otro. Nos invitamos repetidamente, pero ninguno de los dos fue en busca del otro. Ello ocurrió, pienso, porque a Esenin no le gustaba el círculo de mis amigos, ni a mí su entourage.

Entonces frecuentaba fea gente. Se vinculaba por lo general con jóvenes que se habían formado con los social-revolucionarios de izquierda y con los bolcheviques; ignorantes que se sentían absolutamente preparados para reorganizar el mundo. No hacían otra cosa que filosofía barata, y sus discursos eran infaliblemente extremistas.

Eran espíritus abiertos. Comían poco, pero bebían mucho. Pasaban de la fe más ardiente al más ardiente sacrilegio. Se juntaban con prostitutas para predicarles la revolución, y después las zurraban. Fundamentalmente, se dividían en dos tipos. El primero: morocho, tenebroso, con una gran barba. El segundo: rubio, adolescente, con los cabellos largos y la mirada seráfica, con un aspecto “a la Nesterov”. Tanto unos como otros estaban dispuestos a desprenderse de la última camisa y a perder la propia alma por amor al prójimo. Y a fusilar a ese mismo prójimo si “lo hubiese ordenado la revolución”. Todos escribían poemas y todos estaban en contacto directo con la Checa. Uno se esos seráficos rubiecitos se hizo más tarde de un nombre en los campos de fusilamiento. Pienso que Esenin los frecuentaba debido a su curiosidad sin escrúpulos y a su gusto por las cosas extremas, fueren cuales fueren.

Recuerdo una historia. En ese mismo período, en la primavera de 1918, Aleksei Tolstoi tuvo la idea de festejar su cumpleaños. Invitó a toda la Moscú literaria: “Vengan y traigan lo que quieran”. Se reunieron unas cuarenta personas, si no más. También vino Esenin. Trajo consigo un tipo morocho, barbudo, con campera de cuero. El tipo escuchaba las conversaciones de los demás. Cada tanto insinuaba alguna palabrita, nada tonta. Era Bljumkin, uno que tres meses después asesinó al embajador alemán, el conde Mirbach. Esenin, evidentemente, era amigo suyo. Entre los huéspedes estaba la poetisa K. La mujer le gustó a Esenin. Comenzó a hacerle la corte. Para mandarse la parte le propuso con simplicidad: “¿Quiere ver un fusilamiento? Puedo organizar todo en un minuto con la ayuda de Bljumkin?”.

Vivía de un modo estúpido. En ese tiempo se acercó a las “altas esferas” bolcheviques.

Antes de Inonija, había escrito el poema El camarada, una cosa bastante débil, pero interesante. En ella, por primera vez, había ensanchado su “base social”, concediéndole un lugar a los obreros. Los obreros le salieron inverosímiles, pero lo que importaba era que entre los constructores de la nueva verdad ahora estaba también el proletario, algo que por lo general los poetas campesinos consideraban “hampa” y “mugre”. El cambio se verificó con una velocidad sorprendente y de un modo inesperado, algo que también se explica por las influencias bajo las cuales Esenin había caído.

A comienzos de 1919, pensó en afiliarse al partido bolchevique. No fue aceptado, pero su intención es significativa. ¿Comprendía Esenin que para el profeta de aquello que “es más grande que la revolución” inscribirse en el R.K.P. habría constituido una inmensa “degradación”; que de creador de Inonija se habría rebajado al papel de uno de los tantos fundadores de la R.S.F.S.R. [13] ? Creo que no lo comprendía. Fue entonces, siempre con ingenuo orgullo, que exclamó: “¡Madre mía, patria! Soy un bolchevique”.

El período “profético” había terminado. Esenin comenzó a mirar ya no el futuro, sino el presente.

Si lo hubiesen aceptado en el R.K.P. no habría sucedido nada bueno. Su infatuación por el proletariado y la revolución proletaria se reveló efímera. Anticipándose a muchos otros, seducidos por el opio del comunismo de guerra, vio que no sólo no se iba hacia el Socialismo con mayúscula, sino ni siquiera hacia el socialismo con minúscula. Comprendió que los bolcheviques no eran sus compañeros en la ruta hacia Inonija. Les lanza un amargo y venenoso reproche:

 

¡Con remos de brazos rotos
remáis hacia el país del futuro!

 

Todavía no tiene el coraje de admitir que la Inonija no se ha realizado ni se realizará nunca. Todavía quiere esperar, y otra vez pone todas sus esperanzas en el campo. Escribe Pugachëv, y después se va al campo, para estar de nuevo en contacto con la tierra, para recibir nuevas fuerzas.

El campo decepcionó sus expectativas; vio que no se parecía al que él cantaba. Sin embargo, por una comprensible debilidad, no quiso revelar las causas internas, orgánicas, por las cuales el campo, ya pasada “la tempestad y la tormenta”, no se había encaminado hacia la Inonija. Le echa toda la culpa a la ciudad, a la cultura urbana con la cual los bolcheviques, según él, intoxicaban la “Rus de madera”. Piensa que la culpa la tiene el automóvil que llega desde la ciudad haciendo sonar “el cuerno funesto”. Por una ironía del destino, toma conciencia de la existencia de las fábricas y de los talleres justo en el momento en el que están cerrados, y opina que se hallan situados demasiado cerca del campo, que lo envenenan:

 

Oh, aurora eléctrica,
sordo montón de tubos y correas,
el vientre de madera de las isbas
está roto por la fiebre del acero.

 

Y maldice al tren que avanza rápido, perseguido por un potrillo tonto y ridículo.

 

¡Qué el diablo te alcance, huésped repulsivo!
Nuestros cantos no coincidirán jamás.
Deploro no haberte ahogado cuando era chico,
como se hunde un balde en el pozo.
A ellos les gusta estarse allí mirando,
teñirse los labios con besos de lata;
sólo yo, como un salmista, canto
un Aleluya para el pueblo natal.
Por eso, en este septiembre que desborda,
rompiéndose la cabeza contra el cercado,
sobre la seca y fría arcilla,
el sorbo vierte sangre de bayas.
Por eso la pesadumbre se mezcla
a los acordes del acordeón,
y el mujik apestando a broza
se emborracha con mala bebida.

 

El amenazante poder de la ciudad le da rabia y desesperación:

 

Mundo mío, misterioso y arcaico,
cual el viento has cesado y enmudeces.
¡Ay!, han destrozado el campo
las pétreas manos de los caminos.

 

Se compara a sí mismo, “último poeta del campo”, con un lobo que se arroja sobre el cazador:

 

Como tú, estoy siempre alerta,
sí, oigo el cuerno de la victoria;
pero probará la sangre enemiga
mi último salto mortal.

 

Vuelve a Moscú en un estado de profundo abatimiento. “Ningún amor, ni por el campo ni por la ciudad”. Ya no le son queridos ni las isbas ni los alojamientos urbanos. Desea convertirse en vagabundo porque:

 

Para el borracho que vaga por los campos
el viento canta más fuerte que para los demás.
Oculta su dolor con chifladuras:

 

Porque sin extravagancias
no puedo habitar la tierra.

 

Así, el profeta de los milagros no cumplidos, se transforma en un jurodivyj[14] ; pero Esenin todavía no ha tocado el fondo. Lo toca cuando se pone a beber, a pasarla bien. Se imagina que toda Rusia se ha puesto a beber a causa del dolor, por sus mismos motivos: porque no se han cumplido las esperanzas en aquello “que es más grande que la revolución”, aquello que está “más a la izquierda que los bolcheviques”; porque el pasado está destruido y el futuro soñado está lejos aún:

 

Aquí también beben, beben y lloran
con el sonido triste y amarillo de la armónica.
Maldicen sus desgracias,
recuerdan la Rus moscovita.

 

También yo, con la cabeza baja,
anego mis ojos en vino
para no ver el rostro fatal,
para no pensar.

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

Hay maldad en las miradas locas,
rebelión en los diálogos ruidosos.
Dan lástima las cabezas calientes, esos muchachos
que han perdido su vida.

 

¿Dónde están ustedes, ahora lejanos?
¿Nuestros rayos son claros para ustedes?
El acordeón cura con alcohol la sífilis
que se ha ganado en las estepas tártaras.

 

No, a gente así no la derrotan, no la doblegan.
Podredumbre indómita…
Rasseja[15] mí… Rasseja…
pueblo asiático.

 

Con esta podredumbre, con los hampones de la ciudad, Esenin en realidad se encuentra más cómodo que con los prósperos filisteos de la Rusia soviética. Ahora los bolcheviques, y los que los apoyan, le repugnan. Le disgustan sus viejos amigos, esos que ahora ocupan puestos más o menos manchados de sangre, más cómodos:

 

No quiero engañarme:
en mi oscuro corazón ha hundido sus raíces la zozobra.
¿Por qué tengo fama de charlatán?
¿Por qué paso por un pendenciero?

 

No soy un delincuente, no robé nada,
no fusilé desgraciados en la prisión.
Soy nada más que un vago callejero
que le sonríe a la gente que encuentra.

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

No tengo amigos entre la gente,
soy súbdito de otro reino.
Estoy dispuesto a regalarle a cualquier perro
mi corbata más bella.

 

No se acerca a los revolucionarios, cubiertos de infamia, pero ya está lejos de su pueblito:

 

¡Sí! ¡Está decidido! He dejado,
para no volver, la tierra natal.

. . . . . . . . . . . . . . . . . . .

Les leo versos a las prostitutas,
destilo alcohol junto a los bandidos.

. . . . . . . . . . . . . . . . . . .

Ya estoy listo. Amansado.
¡Mira qué ejército de botellas!
Voy juntando corchos
para taponar el alma.

En literatura, se acercó a círculos en los cuales imperaban las mismas ideas, a gente que no tenía nada que perder, a los vagabundos de la poesía. Lo empujaron hacia el imaginismo como lo arrastraban hacia las cantinas. Su talento le daba brillo a las mediocres exhibiciones de los imaginistas, que se alimentaban de su prestigio como los pordioseros de las cantinas comen a expensas del ricachón con ganas de divertirse.

Mientras caía cada vez más bajo, como si buscase tocar fondo a propósito, gozar de la última bajeza de la Moscú de entonces, se casó. No me detendré en este período de su vida. Es demasiado conocido. El viaje de bodas de Esenin y la Duncan se convirtió en una rufianesca tournée por Europa y América, y acabó con un divorcio. Esenin volvió a Rusia. Comenzó su último período, caracterizado por un rápido alternarse de estados de ánimo.

Primero, evidentemente, Esenin quiso encontrar un poco de paz, librarse del fango que se le quedó pegado encima. Resonó en su voz una nota triste de resignación; volvió rápido a la aldea:

 

Nunca estuve tan cansado.
En este gris y viscoso hielo
he soñado con el cielo de Riazán
y con mi vida absurda.

. . . . . . . . . . . . . . . . . .

También en mí, por las mismas leyes,
se aplaca el frenético ardor.
Todavía le hago una reverencia
a los campos que en un tiempo amé.

 

Desde los lugares donde crecí bajo el arce,
donde me tendía sobre la hierba amarilla,
les envío un saludo a los gorriones y a las cornejas,
a la lechuza que sollozaba en la noche.

 

A ellos les grito en las lejanías primaverales:
“Queridos pájaros, en el tembloroso azul
hagan saber que dejé de hacer escándalos…”

. . . . . . . . . . . . . . . . . .

 

Escribe la Carta a la madre, desbordante de aflicción:

. . . . . . . . . . . . . . . . . .

Me escriben que tú secretamente
no dejas de atormentarte por mí.
Que a menudo vagas por el camino
con tu viejo abrigo fuera de moda.

 

Y que en la oscuridad azul de la noche
tienes siempre la misma visión:
alguien, en la gresca de una cantina,
me clava en el corazón un cuchillo finés.

. . . . . . . . . . . . . . . . . .

No despiertes el sueño que ha acabado,
no turbes aquello que no se ha cumplido.
Cansancio y pérdidas harto precoces
me tocó saborear en la existencia.

 

Al final, realmente partió hacia el pueblo natal que no veía desde hacía mucho tiempo. Aquí lo esperaba la última desilusión, la más grave; frente a ella, todas las demás eran nada.

Poco antes de la revolución, en diciembre de 1916, el poeta campesino Aleksandr Sirjaevec, hoy también él ya fallecido, me mandó su libro Preludios, con el ruego de que le diera una opinión. Leí el pequeño volumen y le escribí diciéndole abiertamente que no entendía como “los escritores de extracción popular”, que conocían al mujik mejor que los intelectuales, podían representarlo como el joven bueno y valiente de las fábulas, una especie de Curila Plankovic, en lapti[16] de seda. El mujik tal como lo pintaban los poetas campesinos acaso no había existido nunca; en todo caso, ya no existía ni existiría jamás. El 7 de enero de 1917, Sirjaevec me respondió con esta carta:

“¡Egregio Vladislav Felicianovic! Os estoy muy agradecido por Vuestra carta. Os equivocáis al pensar que yo podría irritarme por lo que habéis escrito; al contrario, estoy feliz de escuchar palabras sinceras.

“Diré algo en defensa propia. Sé muy bien que un pueblo como el que cantan Kliuev, Klyckov, Esenin y yo, pronto no existirá más; sin embargo, ¿no es por eso que se nos hace tan querido?… ¿Qué es más hermoso: el Curila con lapti de seda de otrora, con sus coplas y sus fábulas, o el Curila de hoy, con polainas americanas, con Karl Marx o el Letopis[17] en la mano, extasiado por la verdad que le revelan esos libros?… A fe mía, ¡prefiero el otro!… Sé que sobre los ríos donde habitaban los rusos pronto construirán balnearios para hombres y mujeres, establecimientos con todas las comodidades, pero me gustan más los ríos sin nada… ¡No es fácil separarse de aquello que nos acompañó durante tantos siglos! Y cómo no escapar hacia el pasado teniendo a la vista el desbarajuste actual, todos estos gritos histéricos que se definen triunfalmente como palabras de orden… Que escriba incluso Briusov sobre la fascinación de la actualidad; yo buscaré el Pájaro de Fuego, me iré a las fincas turgenievanas, aun sabiendo que allí mis antepasados eran molidos a palos. Y bien, ¿cómo no encantarse con aquellos cuadritos? [18]

 

“¡Ni siquiera esto quedará! Vendrá una persona emprendedora y construirá (tras haber demolido el molino) algún Grand Hotel, y después aquí crecerá una ciudad con fábricas y chimeneas… Ya ahora está sentada sobre la orilla azul una estudiante de cabellos cortos que tiene en la mano a Weininger o Las llaves de la felicidad[19] .

“Perdóneme si divago, Vladislav Felicianovic. Tal vez estoy diciendo tonterías terribles, pero es porque no amo la condenada época que ha destruido la fábula; ¿cómo se hace para vivir sin fábulas?

“Vuestras ideas son preciosas, y estoy de acuerdo con ellas, pero por ahora me quedo en mi viejo lugar, junto a la hija del molinero, lejos de la estudiante de cabellos cortos. A la época actual, a la futura, que la canten voces más fuertes: la mía es demasiado débil para poder hacerlo…” [20]

 

Sirjaevec recuerda a Esenin no sin motivo: todo el pathos de la poesía eseniniana se funda en la fe en este “pueblo” imaginario. También Esenin vivió en una fábula, de la cual Inonija, la luminosa ciudad construida por el mujik, fue su página más bella.

El primer golpe al sueño de Esenin le fue propinado antes de su matrimonio. Pero, como ya vimos, en ese momento él no osó reconocer la verdad: no sólo atribuyó el contraste entre sueño y realidad a la invasión de los campos por parte de la ciudad, sino que siguió creyendo que esa invasión era puramente mecánica y que no habría alterado en nada la esencia del campo. Incluso llegó a pensar que a su debido tiempo el campo sabría defenderse. Ahora, al regresar al campo tras una larga ausencia, Esenin vio toda la verdad. Después de “volver a visitar los lugares de la tierra natal”, anota con espanto:

 

¡Cuántos cambios
me han seguido de cerca!

 

Al principio, no reconoció los lugares. Se cansa buscando la casa natal. Después, al toparse con un transeúnte, no reconoce en él a su abuelo, el mismo al cual una vez con tanta nitidez se había imaginado sentado “bajo la encina de Mamre”, en el paraíso. Más tarde, se enteró que sus hermanas habían entrado en el Komsomol; y que “el comisario había sacado la cruz del techo de la iglesia”. Al llegar a la casa, observa: “sobre la pared hay un almanaque con el retrato de Lenin”. Y

 

cuanto más tristes y desconsolados están mi madre y mi abuelo,
tanto más feliz ríe mi hermana.

 

También la hermana, “abriendo como si fuese la Biblia un voluminoso Capital […] se pone a hablar de Marx y de Engels”:

 

Ni siquiera con mal tiempo
había leído yo, obviamente, esos libros.

 

Escuchando los discursos de la hermana, recuerda que mientras se aproximaba a la casa:

 

en la puerta, a la Byron,
me acogió ladrando nuestro cachorro.

 

Como se ve, el abuelo y la madre, que miran desesperados a su hermana, son para Esenin los últimos baluartes de la verdad campesina. Que esta verdad haya existido, aunque más no sea en el pasado, es para él un consuelo. Pero en el poema La Rus soviética, tan célebre luego, Esenin va aún más lejos: afirma sin ambages que no encuentra refugio en los ojos de nadie, ni en los de los jóvenes ni en los de los viejos. La Rus selvática de la cual debía nacer Inonija no existe. Existe la “Rus soviética”, ordinaria, cruel, vulgar, que canta los “agitki de Bednyj Demjan” [21] . Y por primera vez asoma en la mente de Esenin el pensamiento de que la Rus que el cantó no sólo no existía, sino acaso no había existido nunca, y que su fe en la misión confiada al “pueblo” podía ser sólo un espejismo:

 

¡He aquí el pueblo! Pero, ¿por qué diablos
vociferaba en mis versos que era amigo del pueblo?
Mi poesía aquí no sirve para nada,
y posiblemente yo tampoco.

 

Se despide del campo, prometiendo “aceptar” obedientemente la realidad tal cual es. Ahora no sólo se acabaron los sueños sobre Inonija (esto ya había sucedido), sino que queda claro que no había nada de lo cual la Inonija pudiera nacer. Incluso la misma Rus ideal, la Rus de las isbas, se revela como un sueño.

Pero la resignación de Esenin duró poco. Vuelto a Moscú, hundiéndose en el lodazal de la NEP (se había ido al extranjero justo cuando empezó la NEP), advirtiendo la infame divergencia que también había en la ciudad entre los slogan bolcheviques y la realidad soviética, Esenin se puso rabioso. Se dio otra vez a la bebida. Al principio, sus bromas de borracho tomaron la forma de ocurrencias antisemitas. Aquí, en parte, afloraba su viejo modo de ser, y su rabia se desahogó de la forma más brutal y primitiva. Él y Klyckov (que participaba de estas escenas) fueron citados a juicio por un tribunal “social” en la denominada “Casa de las Publicaciones”. De la falta de delicadeza, de los pormenores humillantes que acompañaron ese proceso, por ahora es prematuro hablar. Esenin y Klychov fueron “perdonados”. Comenzaron entonces las bromas antisoviéticas de fonda. Uno de los jueces, Andrei Sobol, que pronto también se suicidaría, me contó en Italia, a comienzos de 1925, que denigrar a los bolcheviques públicamente del modo en que lo hacía Esenin no se le podía ocurrir a nadie en la Rusia soviética; cualquiera que hubiese dicho la décima parte de lo que él decía habría sido fusilado de inmediato. Por lo que atañe a Esenin, la policía tenía órdenes, en 1924, de llevarlo a la comisaría hasta que se le pasase la borrachera, y después soltarlo. Pronto todos los policías de las comisarías del centro conocieron a Esenin en persona. Obviamente, la orden no fue dada por amor a Esenin, ni por consideración a los escritores rusos, sino por razones de prestigio: no se quería poner de manifiesto ni reconocer oficialmente las “divergencias” entre el poder “obrero-campesino” y el poeta que tenía reputación de ser campesino.

Sin embargo, también los escándalos pasaron e hicieron su aparición otros estados de ánimo. Esenin probó con los viajes; pasó una temporada en el Cáucaso, sobre el que escribió un ciclo de poemas, pero no logró aliviarse. Como ocurrió antes, quiso “reencontrar su propio pueblo”. Nuevamente intentó ser más conciliador. Habiendo renunciado tanto a la Inonija como a la Rus, se esforzó por tratar de amar la Unión de las Repúblicas Soviéticas tal cual era. Comenzó a leer concienzudamente la biblia de la U.R.S.S., el Capital de Marx, pero no lo logró y lo dejó de lado. Intentó refugiarse en la vida privada, pero tampoco aquí, evidentemente, encontró amparo. Casi todo poema suyo, desde cierto momento en adelante, concluía con el presentimiento de la muerte próxima. Al final, sacó la última y laboriosa conclusión de los versos que había escrito mucho tiempo antes, cuando recién comenzaba a entrever la verdad sobre la imposibilidad de realizar la Inonija:

 

¡Amigo mío, amigo mío! Sólo la muerte cierra
los ojos que han comenzado a comprender.

 

Esenin había abierto sus ojos definitivamente, pero no quería aceptar lo que sucedía alrededor. Sólo le restaba morir.

La historia de Esenin es una historia de errores. La ideal Rus campesina en la cual él creía no existía. La futura Inonija que debía descender del cielo sobre esa Rus, nunca descendió del cielo, ni habría podido hacerlo. Creyó que la revolución bolchevique era el camino hacia eso que es “más grande que la revolución”, pero se reveló como el camino a la extrema infamia: la NEP. Pensaba que creía en Cristo, pero en realidad no creía, y sin embargo, renegando de él y cometiendo sacrilegios, se torturó y sufrió como si realmente hubiese tenido fe. Renegó de Dios por amor al hombre, y el hombre no hizo otra cosa que sacar la cruz de la iglesia, poner a Lenin en el lugar del ícono y abrir a Marx como si fuese la Biblia.

Y sin embargo, más allá de todos los errores y de todas las caídas de Esenin, queda algo que atrae profundamente. Como si a través de estos errores pasase una formidable, admirable verdad. ¿Qué es lo que atrae en Esenin y cuál es esta verdad? Pienso que la respuesta es clara. Fue noble y espléndida su capacidad de ser ilimitadamente sincero frente a su propia conciencia en todo aquello que escribió; su capacidad de ir a fondo en todo sin miedo a reconocer sus errores, incluso cargando sobre sí la culpa de aquello que otros le habían sugerido. Por todo quiso pagar, pagar un precio terrible. Su verdad, por lo tanto, es su gran amor por su país; un amor ciego, es verdad, pero grande. Lo profesó incluso de modo truhanesco:

 

¡Me gusta mi patria,
me gusta mucho mi patria!

 

Su desdicha residió en no haber sabido darle un nombre a esa patria: cantó la Rus de madera, la Rus campesina, la Inonija socialista y la “Rasseja” asiática; incluso intentó aceptar la U.R.S.S. La palabra verdadera y única nunca se acercó a sus labios: Rusia. Este fue su principal error: no mala voluntad, sino un terrible equívoco. Tal el nudo inicial y, al mismo tiempo, el desenlace de su tragedia.

 

Chaville, febrero de 1926

 

Traducción de Ricardo H. Herrera

Notas al pie    (>> volver al texto)
  1. Tomado de la versión italiana de Necrópolis, al cuidado de Nilo Pucci (Adelphi, Milán, 1985).>>
  2. Rito popular de conmemoración a los muertos que se desarrolla en los cementerios una semana después de Pascua.>>
  3. La okan’e distingue algunos dialectos rusos (Septentrional, Siberia, zonas del Volga) en los cuales la “o” no acentuada se pronuncia como tal, en vez de tender a la “a” (según el fenómeno de la akan’e), como sucede normalmente en ruso.>>
  4. Personaje del epos popular ruso.>>
  5. Policía secreta zarista.>>
  6. Especie de viejo sobretodo usado por los mercaderes y los campesinos.>>
  7. Patrón, señor, exponente de la nobleza, terrateniente, etc.>>
  8. Personajes de la narrativa popular rusa.>>
  9. “El campo arado rojo”>>
  10. Rasputin.>>
  11. Sigla de Rossijskaja Kommunisticeskaja Partija, “Partido Comunista Ruso”.>>
  12. De inoj, otro: la “otra tierra”.>>
  13. Sigla de Rossijskaja Sovetskaja Federativnaja Socialisticeskaya Respublika, “República Federativa Socialista de la Rusia Soviética”.>>
  14. El jurodivyj, el “loco de Cristo”, el loco profético, en el lenguaje común se ha convertido también en sinónimo de tonto, de persona estrafalaria.>>
  15. Deformación popular de Rossija, Rusia.>>
  16. Calzado de fibra de cáñamo que usaban los campesinos más pobres.>>
  17. “Anales”, revista fundada por Gorka que vio la luz entre 1915 y 1917.>>
  18. Sigue un poema completo de S. Klyckov, El molino en el bosque, que no transcribo (N. del A.)>>
  19. Novela de A. A. Verbickaja.>>
  20. Dejo de lado el resto de la carta, no guarda relación con el tema que trato (N. del A.).>>
  21. Los agitki son breves composiciones en verso de propaganda política; Demjan Bednyj fue, por cierto tiempo, un autor popularísimo.>>