Un río lento

Horacio Zabaljáuregui [1]

 

Un río lento

Un río lento, esta agonía insensata:
Nadie vuelve sobre los pasos de lo que costó tanto,
sobre el hálito de nieve negra en las huellas.
Reina de la madriguera vacía arrastras los restos del naufragio
y estás sola tejiendo en la tela el emblema de tu deseo:
la flor caníbal, el yugo estéril que nos desangra.
Tuvimos una vocación de mal agüero
que no se resigna a morir.
Somos siameses exangües atados a una libra de carne,
a un espejismo insomne hecho a imagen y semejanza de la pura
         pérdida.
Acumulamos rencor en saco roto.
Nos empeñamos en el naufragio después de embestir el iceberg.
A pura pena.
Como fantasmas enamorados de su propia desdicha,
desvariando en la repetición,
en la noria viciosa del te di, no me diste,
del te doy pero ya es tarde.
Íntimos y extraños en la deriva que nos devora, en esta boca               
         de sombra.
Insaciables, en la borrasca que no cesa,
le pusimos el cuerpo al amor y al dolor y va de suyo en un
         potro desbocado.
A pura pena
una sed sibilina sopla entre los restos de lo que no vuelve,
de lo que no se resigna a morir.
Un espejismo insomne, este río lento, esta agonía insensata.

 

En qué sentido

El azul protector tarda en extinguirse.
Un guiño de Venus y la noche está a un paso.
El viento se levanta y el derviche del mundo
me deja a oscuras.
Hay una toma, antes o después:
«¿En qué sentido?,» pregunta mi hija.
«En el sentido pésame,» digo.
insiste: ¿En qué sentido?»
En el sentido de la memoria que anonada las cosas.
¿En el del tacto ciego como un topo en su madriguera?
En el sentido de los pardos gatos de la noche.
Sed como la desidia para los restos que ni la marea leva
(entonces el azul protector. Etc., etc., etc.).
Sigue otra toma, algo acumula, encubre la desidia
y vadea en contra,
se vacía como un ojo, como una copa.
El guiño de Venus ahueca en la carne.
¿En qué sentido?
En el del pozo ciego de la noche.
Negro sobre blanco, blanco sobre negro.
Desidia de los pardos gatos.
Donde vadea en contra, marea
la brújula insomne del deseo.

 

El ojo de la sombra

En el ojo de la sombra, vela por nosotros
repite el mantra de la eterna insatisfacción en la peripecia
          sentimental,
la cólera deseosa de lo que no hay, certeza no hay,
más bien, reguero de arrebatos y rechazos,
puestos bajo una campana de vidrio, ahora,
en la dolorosa ausencia, antes,
en la dolorosa exuberante presencia,
en la pretenciosa porfía del malentendido.
en el perpetuo combate de los ciegos blindados
en nombre del amor
al vacío cifrado en la distancia
busca el cauce como un hilo de agua,
en la red invisible del tiempo,
puro espejismo y sed de no saber
del reclamo, del recelo y el fuego destinado a apagarse,
como el papel envejecido de los libros sin leer,
como el luto opaco de nuestro tránsito entre las cosas,
el ritual de la desavenencia como una forma de la pasión
por otros medios.
Así vela por nosotros
caídos en combate
en duelo.

 

A pique en la selva

A pique en la selva me voy te vas
Sin aspavientos haciendo señas discretas
Para el buen entendedor
Te consumís sola y mis deseos
se enmohecen con la lluvia
al pie del altar
Nunca vale como ahora o aquí
Salvoconductos para no envejecer
Me voy te vas
Y queda la crisálida vacía
El limbo imposible de lo que pudo haber sido
Ya lo sé
En la fuente el agua se recicla
La eternidad es un truco, un malabar
Y en la fronda del día
Se disimula mal la desnudez de la noche
Así estamos
A tientas en un lugar común

 

 

 

Notas al pie    (>> volver al texto)
  1. Horacio Zabaljáuregui nació en América, Provincia de Buenos Aires, en 1955. Publicó los libros de poemas Fragmentos Órficos (1980), Fondo Blanco (Ultimo Reino 1989) y La última estación del mundo (Bajo la luna nueva, 2001). >>