Joseph Brodsky: Naturaleza muerta, invierno

Joseph Brodsky
Nota de Lev Losev
Versiones de Alina Tortosa y Ricardo H. Herrera

 

Desde los años 6o en adelante, los poemas de Joseph Brodsky dejan traslucir — de un modo cada vez más evidente— la influencia de la escuela poética de T. S. Eliot, cuyas piedras angulares son la “disociación objetiva” (dissociation of sensibility) y el “correlativo objetivo” (objetive correlative). Fundándose sobre la experiencia acumulada por la poesía inglesa de los Siglos XVI y XVII en adelante, Eliot, Auden, Lowell y otros poetas de análogas tendencias (a quienes Brodsky había estudiado y traducido atentamente, y a los cuales luego en parte conoció cuando se trasladó al Occidente) produjeron una poesía lírica en la cual la experiencia intelectual se configuraba sensualmente. El tradicional lirismo de “los suspiros y las lágrimas” ya no servía para expresar el universo sentimental del hombre moderno. “El único modo mediante el cual puede expresarse la emoción en forma artística -escribió Eliot- es mediante el correlativo objetivo; en otras palabras, recurriendo a una serie de objetos, a una situación o a una sucesión de actos, que a partir de ese momento se convertirán en la cifra de tal emoción extraordinaria”.

Son estos, precisamente, los principios seguidos por Brodsky en su producción poética de los años 1970-1980. La representación del sujeto lírico (el yo) de manera anatómica —como si se tratase de un objeto, un “cuerpo” compuesto de otros objetos, entre los cuales se cuenta la voz misma— generó algo perturbador e insólito en la poesía rusa. Es curioso notar que numerosos lectores rusos, habituados a buscar en la poesía lírica un sentimentalismo conmovedor o la expresión de una “laceración” (del tipo del de Esenin, Bagrichij o Vysockij), se rebelan frente a la lírica de madurez de Brodsky, prefiriendo sus obras anteriores. También los epígonos del post-futurismo ruso de los años 20, que desde los años 8o en adelante los críticos clasifican como vanguardia, se oponen ferozmente al lirismo sin precedentes que caracteriza al Brodsky de la madurez. Numerosas voces se han levantado para acusar el sistema literario de Brodsky de falta de organicidad, como si fuese extraño a la prosodia rusa y a su tradición cultural.

Críticas de este tipo se originan en una concepción limitada y dogmática de la vida de la lengua y de la cultura. Como todas las lenguas de cierta importancia, el ruso nunca ha dejado de enriquecerse asimilando barbarismos; análogamente, la poesía rusa ha evolucionado gracias a los experimentos de Lomonosov y Derzavin, quienes demostraron hasta qué punto la prosodia rusa no era refractaria a ciertas formas usadas por la versificación en lengua alemana, y también gracias a Kantemir y Karamzin, que usaron modelos léxicos y sintácticos latinos y franceses para expresar una experiencia intelectual hasta ese momento desconocida en Rusia. Dotado de un sentido de las exigencias internas de la lengua y de la cultura rusa en nada inferior al de sus ilustres predecesores, Brodsky ha sacado provecho de los poetas anglosajones para realizar ciertas posibilidades aún no explotadas en su lengua materna.

Brodsky ha colocado al frente de su poema “Naturaleza muerta” (1971) una cita de Cesare Pavese (“Verrà la morte e avrà i tuoi occhi”, “Vendrá la muerte y tendrá tus ojos”). Más allá de la asociación con la poesía trágica de Pavese, tanto en este verso netamente escandido, con tres acentos, como en el tema del poema, que describe la soledad del hombre en medio de la muchedumbre de sus semejantes, se percibe un eco del célebre poema de Auden “September 1, 1939”. Pero, al insertar deliberadamente su poesía en un contexto europeo, Broksky hace resaltar sobre todo la coincidencia de las formas del verso ruso, inglés e italiano (el verso rimado con tres acentos, sin anacrusis, es bastante típico del verso ruso). Esta coincidencia le es tan querida que el poeta elige un verso de Pavese en el cual las últimas palabras coinciden de manera asombrosa con los equivalentes rusos. Sin embargo, lo que hace de Naturaleza muerta una obra maestra auténticamente rusa es el radicalismo estético e intelectual con el cual Brodsky pone en práctica, vive, el precepto de Eliot.

 

Naturaleza muerta

                                                                               Verrà la morte e avrà i tuoi occhi.
                                                                                                                    Cesare Pavese

I
La gente y las cosas se agolpan.

Los ojos pueden ser magullados
y heridos tanto por la gente como por las cosas.
Mejor vivir a oscuras.

Estoy sentado sobre un banco de madera
mirando a los que pasan,
a veces familias enteras.
Estoy harto de la luz.

Este es un mes de invierno.
El primero del calendario.
Empezaré a hablar
cuando me harte de la oscuridad.

II
Es hora. Empezaré ahora.

No importa sobre qué.
Abrir la boca. Es mejor hablar,
aunque también puedo estar callado.

Entonces, ¿de qué hablaré?
¿Hablaré sobre la nada?
¿Hablaré sobre los días o las noches?
¿O de la gente? No, sólo sobre las cosas,

dado que la gente seguro morirá.
Toda. Como yo.
Toda charla es un oficio estéril.
Una escritura sobre la pared del viento.

III
Mi sangre está muy fría,

su frío es más seco
que el de los arroyos congelados.
La gente no es lo mío.

Odio su aspecto.
Cada rostro, injertado en el gran árbol de la vida,
está tan adherido
que no puede desprenderse.

En cada rostro y forma puede verse
algo que la mente aborrece.
Algo así como la adulación
de personas totalmente desconocidas.

IV
Las cosas son más gratas. Sus

exteriores no son ni buenos
ni malos. Y sus interiores
no revelan ni lo bueno ni lo malo.

El núcleo de las cosas está reseco.
Polvo, un taladro de madera. Y
alas frágiles de polillas. Paredes delgadas.
Incómodas para la mano.

Polvo. Cuando enciendes la luz,
sólo se ve el polvo.
Esto es cierto aun si la cosa
está sellada herméticamente.

V
El armario antiguo,

tanto por fuera como por dentro,
curiosamente me recuerda
a Notre Dame de París.

En su interior todo es oscuro.
El lampazo o la estola del obispo
no pueden tocar el polvo de las cosas.
Las cosas mismas, por lo general,

no tratan de depurar o domar
el polvo de sus entrañas.
El polvo es la carne del tiempo.
La mismísima carne y sangre del tiempo.

VI
Últimamente duermo mucho

durante el día. Mi
muerte, al parecer, está
poniéndome a prueba, examinándome,

acercando un espejo
a mis labios que aún respiran,
comprobando si puedo soportar
la ausencia de la luz del día.

No me muevo. Estos dos
muslos son como bloques de hielo.
Las venas ramificadas se ven azules contra
la piel de un blanco marmóreo.

VII
Acumulando sus contornos,

las cosas nos sorprenden;
se caen del mundo del hombre,
un mundo hecho de palabras.

Las cosas no se mueven, ni están detenidas.
Ese es nuestro delirio.
Cada cosa es un espacio, más
allá del cual no puede haber nada.

Una cosa puede ser golpeada, quemada,
deshecha y rota.
Descartada. Y aun así la cosa
 nunca va a gritar: “¡Mierda!”

VIII
Un árbol. Su sombra y la

tierra atravesada por raíces.
Monogramas enlazados.
Arcilla y rocas apretadas.

Las raíces se entretejen y se integran.
Las rocas tienen su propia masa
que las libera del vínculo
de la raigambre común.

Está fija la roca. Uno no puede
moverla o levantarla.
Un hombre es atrapado por tres sombras,
como a un pez en la red. 

IX
Una cosa. De color marrón. Su

contorno borroso. Media luz.
Ahora no queda nada.
Sólo la naturaleza muerta.

Vendrá la muerte y encontrará
un cuerpo cuya paz silenciosa
reflejará el abordaje de la muerte
como el rostro de cualquier mujer.

La guadaña, la calavera y el esqueleto
son una sarta absurda de mentiras.
En todo caso: “La muerte, cuando venga,
tendrá tus propios dos ojos”

X
Ahora María le habla a Cristo:

“¿Eres mi hijo o Dios?
Estás clavado en la cruz.
¿Cómo hago para volver a casa?

¿Atravesaré la puerta
sin haber comprendido?
¿Estás muerto o vivo?
¿Eres mi hijo o Dios?”

Ahora es Cristo el que contesta:
“Muerto o vivo
da lo mismo, Mujer;
hijo o Dios, soy tuyo”.

 

Nature Morte
                                                                                                            Verrà la morte e avrà i tuoi occhi.
                                                                                                                                               Cesare Pavese

 I

People and things crowd in. /Eyes can be bruised and hurt /by people as well as things. /Better to live in the dark. // I sit on a wooden bench / watching the passers-by- / sometimes whole families. /I am fed up with the light. // This is a winter month. /First on the calendar. /I shall begin to speak. / When I’m fed up with the dark.

II

lt’s time. I shall now begin. / It makes no difference with what. / Open mouth. It is better to speak, /although I can also be mute. // What then shall I talk about/Shall I speak about nothingness? / Shall I speak about days, or nights? / Or people? No, only things, //since people will surely die. /All of them. As I shall. /All talk is a barren trade. /A writing on wind’s wall.

III

My blood is very cold— / Its cold is more withering / Than iced-to-the-bottom streams. / People are not my thing. // I hate the look of them. / Grafted to life’s great tree. /each face is firmly stuck / and cannot be born free. // Something the mind abhors /shows in each face and form. /Something like flattery / Of persons quite unknown.

IV

Things are more pleasant. Their / outsides are neither good / nor evil. And their insides / reveal neither good nor bad. // The core of things is dry rot. / Dust. A wood borer. And / brittle moth-wings. Thin walls. / Uncomfortable to the hand. //Dust. When you switch lights on, / there’s nothing but dust to see. / That’s true even if the thing / is sealed up hermetically.

V

This ancient cabinet—  / outside as well as in— / strangely reminds me of / Paris’s Notre Dame. // Everything’s dark within / it. Dust mop or bishop’s stole / can’t touch the dust of things. / Things themselves, as a rule, // don ‘t try to purge or tame / the dust of their own insides. / Dust is the flesh of time. / Time’s very flesh and blood.

VI

Lately I often sleep / during the daytime. My / death, it would seem, is now/ trying and testing me, // placing a mirror close, / to my still breathing lips, / seeing if it can stand/ non-being in daylight. // I do not move. These two / thighs are like blocks of ice. / Branched veins show blue against skin that is marble white.

VII

Summing their angles up / as a surprise to us, / things drop away from man´s/ world—a world made with words. // Things do not move, or stand. / That’s our delirium. / Each thing’s a space, beyond / which there can he no thing. // A thing can be battered, burned, / gutted, and broken up. / Thrown out. And yet the thing / never will yell; “Oh, fuck!”

VIII

A tree. Its shadow, and/earth, pierced by clinging roots./ Interlaced monograms. / Clay and clutch of rocks. // Roots interweave and blend. / Stones have their private mass / Which frees them from the bond / of normal rootedness.// This stone is fixes. One can’t / move it, or heave it out./ Three shadows catch a man, like a fish, in their net.

 IX

A thing. Its brown color. Its / blurry outline. Twilight. / Now there is nothing left. / Only a nature morte. / Death will come and will find / a body whose silent peace / will reflect death’s approach / like any woman’s face. // Scythe, skull and skeleton- // an absurd pack of lies. / Rather: “Death, when it comes, / will have your own two eyes.”

X

Mary now speaks to Christ: / “Are you my own son?-or God? / You are nailed to the cross. / Where lies my homeward road? // Can I pass through my gate / not having understood: /Are you dead?-or alive? /Are you my son?-or God?// Christ speaks to her in turn: / “Whether dead-or alive, / woman, it is all the same- / son or God, I am thine.”

 

 

Égloga IV: Invierno

                                                                                                                     A Derek Walcott

                                                                       Ultima Cumaei venit iam carminis aetas;
                                                                   magnas ab integro saeclorum nascitu ordo.
                                                                                                                  Virgilio, Égloga IV

I

En invierno oscurece después del almuerzo.
Es difícil entonces distinguir a los hambrientos de los saciados.
Un bostezo impide que la frase salga de su cálida guarida.
La versión seca e instantánea de la luz, la nieve
opalina —con su carga- condena a los alisos altos
al insomnio, a tu deslumbramiento,
ya bien pasada la medianoche. Nomeolvides y rosas
surgen menos frecuentes en los diálogos. Los perros -con lánguido
fervor—husmean esa estela, porque también para ellos dejan huellas.
La noche, habiendo penetrado en la ciudad, se detiene
como en el cuarto de los niños; encuentra un bebé bajo la frazada.
Y la lapicera cruje igual a los pasos de un desconocido.

II

Mi vida se arrastra. En el recitativo de la tormenta
un oído atento escucha las tonadas de la Edad de Hielo.
Cada Abajo en el Valle es, sin duda,
un bugui-bugui helado. El frío ácido y quebradizo,
semejante a un informe, le anuncia
al cuerpo su temperatura final;
o es la tierra misma, suspirando como de costumbre
por su pasado galáctico, por sus horrores bajo cero.
Las mejillas arden rojas como rabanitos incluso aquí.
El espacio cósmico está atravesado por un ágata mate,
y el tic-tic del Morse, al volver a casa,
no da con el oído del radioaficionado.

II

En febrero, las lilas vuelven a los canastos.
Imprescindibles en el perfil del hombre de nieve,
las zanahorias encarecen. Limitada por el ceño,
la mirada sobre los gélidos objetos de metal
se hace más dura que el metal mismo.
En tanto uno mantenga apartada la vista de los objetos,
esto impide que la sangre corra. Dios, creen algunos,
pasaba revista a su mundo de este modo
en el octavo día, e incluso más tarde. En invierno,
no cosechamos bayas: rellenamos las grietas con estopa,
alabamos el bien común con el mayor fervor,
y las cosas envejecen; envejecen otro año, digamos.

IV 

En el gran frío los pavimentos se glasean como un caramelo,
el vaho de la boca sugiere un dragón;
si sueñas con una puerta, tiendes a cerrarla de un portazo.
Mi vida se arrastra. Son muchos los indicios.
Conformarían otra vida, tan arrastrada como ésta.
Un solo indicio bastaría para crear una atmósfera
o un paisaje. Preferentemente sin nadie,
de un blanco virginal tras una mortaja de encaje;
un mundo en el que no se oye hablar de París, de Londres; donde
una luz difusa, débil, hila los días de la semana;
donde al fin uno acaba por asustarse
cuando divisa las pistas de ski… Bueno, sólo un par.

V

Tiempo equivale a frío. Cada cuerpo, tarde
o temprano, cae víctima de un telescopio.
Con los años, toma distancia del cuerpo luminoso
y se enfría. La escarcha enmaraña los vidrios
de las ventanas con zumaque, helechos o belcho
cultivados en el vidrio, a los que la soledad
ha privado de color. Como sucede con los héroes de mármol,
los ojos se invierten para no lagrimear en invierno.
Cuando la vista falla, entregándose a las pululantes fuerzas
de los sueños, el tiempo, caído abruptamente bajo cero,
quema tu cerebro como el dedo índice
de un atorrante de los versos populares rusos.

VI

Mi vida sigue arrastrándose. Un frío se asemeja a otro
frío. Un tiempo se parece al otro. Los separa tan sólo
la calidez del cuerpo. Una criatura testaruda como una mula
se yergue firmemente entre ellos, igual a
un guardia de frontera: rígido, impidiendo
severo el pasaje del futuro
al pasado. En invierno, para decirlo desoladamente,
martes es sábado. La luz del día engaña:
¿Se apagaron las luces? ¿O todavía no están encendidas? Hace frío.
Los diarios bien podrían imprimirse una vez por semana.
El tiempo se mira en el espejo como una diva
que ha olvidado la obra de la noche: ¿Tosca? Oh no, ¿Lucia?

VII

Los sueños son más largos, más intensos en invierno.
El centón y el parquet se reparten a los guerreros
del ajedrez sobre sus respectivos cuadrados.
Cuanto más ronco es el viento que gobierna la chimenea,
más intensa la búsqueda de la pura idea
de la carne desnuda en un vórtice de algodón,
y uno sueña con el aroma obstinado de los narcisos;
cada noche la mata de telarañas oscurece un rincón;
en un barranco angosto, el Terek tórrido salpica
las puntas de los dedos festivamente enganchadas
en los breteles. Y entonces todo transcurre en silencio.
Una brasa arde en vano entre las cenizas grises de la madrugada.

VIII

El frío valora el espacio. Sin esgrimir sables,
se apodera de la colina y del valle, de los pueblos y de las aldeas
(el populacho se rinde incondicionalmente);
se apodera de las ciudades cuyas grandes proporciones,
cuyos arcos y columnatas, de a centenares,
se alzan como profetas del triunfo blanco del frío,
asomándose incoloros. El frío desciende
desde el cielo en paracaídas. Cada columna
parece la quinta, esperanza y derrota.
Solo al cuervo no le hace gracia el frío.
A menudo escuchas el habla colérica, solemne,
patriótica y gutural del cuervo parlanchín.

IX

En febrero, a medida que cae la tarde, desciende
el mercurio. Más tiempo significa más frío. Las estrellas, desperdigadas
como un termómetro roto, convierten
las regiones remotas de la noche en una maravillosa cadena de bacterias.
Durante el día, cuando el cielo parece estuco,
ni Malevich mismo lo hubiese captado:
blanco sobre blanco. Por eso los ángeles
son invisibles. Para sus ejércitos
el frío es benéfico. Nosotros podríamos ver
esos seres alados si el ángulo de nuestra mirada
estuviese más arriba, donde se camuflan
de blanco como los fusileros finlandeses.

X

Para mí, no existen las otras latitudes.
Estoy atravesado por el frío como una porción de pavo asado.
Gloria a los abedules desnudos, a las agujas del abeto,
a la lámpara amarilla de un pasillo vacío;
gloria a todo lo que el viento pone en movimiento:
en la madurez, esto puede reemplazar la cuna.
El Norte es lo honesto. Repite lo mismo
durante toda la vida: lo murmura, lo grita
-en la vida arrastrada- en todos los tonos de voz;
y los dedos del pie se hielan hasta entumecerse en las zapatillas de venado
recordando el amor, el tiritar bajo los relojes,
mientras se consuma la conquista polar.

XI

En la intensidad del frío, las sirenas no encantan la distancia.
En el espacio, las inhalaciones más profundas
no aseguran las exhalaciones, ni las partidas confirman
los regresos. El tiempo es la carne del cosmos silencioso
donde nada hace ruido. Incluso si a uno lo lanzaran
fuera de la nave espacial, no captaría
los sonidos de la radio ni los fox-trots ni las chicas
gimiendo en los micrófonos de sus ciudades natales.
Lo que mata ahí afuera, en órbita, no es
la falta de oxígeno, sino la abundancia
de tiempo en su forma más pura
(sin nada de tu vida). Es difícil respirarlo.

XII

¡Invierno! Cómo me gusta tu sabor ácido
de arándanos, medialunas de mandarina en platillos de porcelana,
el té, almendras azucaradas (dos onzas, por lo menos).
Abríamos nuestros picos diminutos para paladear
los nombres de Marina o de Olga: bocados
de ternura a la edad en que uno desea
a sus primas. Yo canto los contornos azulados de la nieve
al atardecer, el roce del metal dando el si bemol en alguna parte,
como si tocase las teclas el dedo mismo de Dios.
Y los leños que tamborilearon en los patios tormentosos
de la ciudad gris —húmeda y malsana, helándose desnuda
a orillas del mar— calientan todavía cada una de mis fibras

XIII

A cierta edad, esa época del año, esa estación
coincide con el destino. Fue una breve aventura.
Pero en días como estos uno siente que no se equivoca. La preocupación
por lo no vivido ha comenzado a desaparecer;
ya un simple botánico podría hacerse cargo
de comentar la vida cotidiana y sus costumbres.
En este período, los ojos pierden el verde de las ortigas,
el triángulo deja caer su ardor geométrico:
todos los ángulos dibujados con telarañas se ven borrosos.
En las transacciones con la muerte, el lugar importa más,
mucho más que el tiempo. El frío se hace intolerable.
Y la saliva de repente quema en su cobijo

XIV

a la lengua, como aquella moneda. Los ríos todavía
están bloqueados por el hielo. Te puedes poner calzoncillos largos y pantalones,
atarte los patines de acero a las botas con sogas y un pedazo de madera.
Los dientes, desgastados por el zapateo del frío,
no van a castañetear de miedo. Y la voz de la Musa
conquista un tono reticente, íntimo.
Así nace la égloga. Donde hubo un pastor,
una lámpara se enciende. Cirílica se desliza alocada
como sobre una felpa para escapar del censor;
sabe más acerca del futuro que la famosa sibila,
más sobre el modo de oscurecer la blancura
mientras la blancura dura. Más aún.

 

Eclogue IV: Winter

                                                                                                                    A Derek Walcott
                                                                      Ultima Cumaei venit iam carmines aetas;
                                                                  Magnus ab integro saeclorum nascitu ordo.
                                                                                                                 Virgil, Eclogue-IV

I/ In winter it darkens the moment lunch is over. / lt’s hard then to tell starving men from sated. /A yawn keeps phrase from leaving its cozy lair. / The dry, instant version of light, the opal / Snow, dooms tall alders- by having freighted them- / to insomnia, to your glare, // well after midnight Forget-me-nots and roses / crop up less frequently in dialogues. Dogs with languid / fervor pick up the trail, for they, too, leave traces. /Night, having entered the city, pauses/As in a nursery, finds a baby under the blanket. /And the pen creaks like steps that are someone else’s.

II/ My life has dragged on. In the recitative of a blizzard / a keen ear picks up the tune of the Ice Age. / Every “Down in the Valley” is, for sure, /a chilled boogie-woogie. A bitter, brittle cold represents, as it were. a message / to the body of its final temperature // or—the earth itself, sighing out of habit / for its galactic past, its sub-zero horrors./ Cheeks burn crimson like radishes even here. / Cosmic space is always shot through with matte agate, / and the beeping Morse, returning homeward, / finds no ham operator’s ear.

III / In February, lilac retreats to osiers. / Imperative to a snowman’s profile, / carrots get more expensive. Limited by a brow, / a glance at cold, metallic objects / is fiercer than the metal itself. This, while / you peel eyes from objects, still may allow // no shedding of blood. The Lord. some reckon, / was reviewing His world in this very fashion / on the eighth day and after. In winter / we’re not berry pickers: we stuff the cracks with oakum, / praise the common good with a greater passion, / and things grow older by, say, a year.

IV / In great cold, pavements glaze like a sugar candy, / Steam from the mouth suggests a dragon, / If you dream of a door, you tend lo slam it. / My life has dragged on. The signs are plenty./ They’d make yet another life, just as dragging. / From these signs alone one would compose a climate // or a landscape. Preferably with no people, / with virgin while througb a lacework shroud, / —a world where nobody heard of Parises. Londons: where / weekdays are spun by diffusive, feeble / light; where, too, in the end, you shudder / spotting the ski tracks… Well, just a pair.

V / Time equals cold. Each body, sooner / or later. falls prey to a telescope. With the years, /it moves away from the luminary, grows colder. / Hoarfrost jungles the window-pane with sumac, / ferns, or horsetail, with what appears / to be nursed on this glass and deprived of color // by loneliness. But, as with a marble hero, / one ‘s eye rolls up rather than runs in winter. / Where sight fails, yielding to dreams’ swarmed forces, / time, fallen sharply beneath the zero, /burns your brain like the index finger/of a scamp from popular Russian verses.

VI / My life dragged on. One cold resembles another / cold. Time looks time. What sets them apart is only / a warm body. Mule-like, stubborn creature, / it stands firmly between them, rather / like a border guard: stiffened, sternly / preventing the wandering of the future // into the past. In winter, to put it bleakly, / Tuesday is Saturday. The daytime is the deceiver: /Are the lights out already? Or not yet on? lt’s chilly. / Dailies might as well be printed weekly. / Time stares at a looking glass like a diva / Who’s forgotten what’s on tonight: Tosca? Oh no. Lucia?

VII / Dreams in the frozen season are longer, keener. / The patchwork quilt and the parquet deal, / on their mutual squares, in chessboard warriors. / The hoarser the blizzard rules the chimney, / the hotter the quest for a pure ideal / of naked flesh in a cotton vortex, // and you dream nasturtiums’ stubborn odor, /a tuft of cobwebs shading a corner nightly, / in a narrow ravine torrid Terek’s splashes, / a feast of fingertips caught in shoulder / straps. And then all goes quiet Idly / an ember smolders in dawn ‘s gray ashes.

VIII / Cold values space. Baring no rattling sabers, / it takes hill and dale, townships and hamlets / (the populace cedes without trying / tricks), mostly cities, whose great ensembles, / whose arches and colonnades, in hundreds, /stand like prophets of cold’s white triumph, // looming wanly. Cold is gliding / from the sky on a parachute. Each and every column / looks like a fifth, desires and overthrow. / Only the crow doesn’t hear the angry, solemn, / Patriotic gutturals speaking crow.

IX / In February, the later it is, the lower / the mercury. Afore time means more cold. Stars, scattered / like a smashed thermometer, turn remotest / regions of night into a strep marvel. / In daytime. when sky is akin to stucco. /Malevich himself would not have noticed // them white on white. That’ why angels /are invisible. To their legions / cold is of benefit. We would make them / out, the winged ones, had our eye’s angle / been indeed on high, where they are linking / in white camouflage like Finnish markmen.

X/ For me, other latitudes have no usage. /I am skewered by cold like a grilled-goose portion. / Glory to naked briches, to the fir-tree needle. / to the yellow bulb in un empty passage- /glory to everything set by the wind in motion: / at a ripe age, it can replace the cradle. // The North is the honest thing. For it keeps repeating / All your life time the same stuff-whispering, in full volume, / in the life dragged on, in all kinds of voice; / and toes freeze numb in your deerskin creepers, / reminding you as you complete your polar / conquest, of love, of shivering under clock faces.

XI/In great cold, distance won’t sing like sirens. / In space, the deepest inhaling hardly / ensures cxhaling, nor does departure / a return. Time is the flesh of the silent / cosmos. Where nothing ticks. Even being hurtled / out of the spacecraft, one wouldn’t capture // any sounds on the radio- neither fox-trots nor maidens / wailing from a home-lown station. / What kills you out there, in orbit, isn’t / the lack of oxygen but the abundance / of time in its purest (with no addition /of your life) form. It’s hard to breathe it.

XII/ Winter! I cherish your bitter flavor / Of cranberries, tangerine crescents on faience saucers, / the tea, sugar-frosted almonds (at best, two ounces). / You were opening our small beaks in favor / of names like Marina or Olga—morsels / of tenderness at that age that fancies //cousins. I sing a snowpile’s blue contours / at dusk, rustling foil, clicking B-flat somewhere, / as though “Chopsticks” were tried by the Lord’s own finger. / And the logs, which rattled in the stormy courtyards / of the gray, dank city that freezes bare / by the sea, are still warming my every fiber.

 XII /At certain age, the time of the year, the season / coincides with fate. Theirs is a brief affair. / But on days like this you sense you are right. Your worries / about things that haven’t come your way are ceasing, /and a simple botanist may take care / of commenting upon daily life and mores. // In this period, eyes lose their green of nettles, / the triangle drops its geometric ardor: / all the angles drawn with cobwebs are fuzzy. / In exchanges on death, place matters / more and more than time. The cold gets harder / And saliva suddenly burns its cozy

XIV/ tongue, like that coin. Still, all the rivers /are ice-locked. You can put on long johns and trousers, / strap steel runners to boots with ropes and a piece of timber. / Teeth, worn out by tap dance of the shivers. / wont rattle because of fear. And the Muse’s / voice gains a reticent, private timbre. // That’s the birth of an eclogue. Instead of the shepherd’s signal, /A lamp’s flaring up. Cyrillic, while running witless / on the pad as though to escape the captor, / knows more of the future than the famous sibyl: / of how to darken against the whiteness / as long as the whiteness lasts. And after.